REFLEXION
Santiago y Juan se presentan ante Jesús y le piden que los siente uno a la derecha y otro a la izquierda en tu gloria. Los seres humanos somos así: todos queremos sobresalir por encima de los demás y ser más que los otros. Son los deseos de grandeza. A esta petición Jesús les da una hermosa catequesis: “el que quiera ser grande que sea vuestro servidor y el que quiera ser primero sea esclavo de todos”. Pero antes les ha dicho que los grandes de este mundo tiranizan y oprimen, y que entre sus discípulos no puede ser así.
¿Hay entre nosotros
personas grandes como Jesús nos dice? Normalmente estas personas no aparecen en
los medios de comunicación –diario, tv…-, nadie les cede el paso en lugar
alguno ni les hace reverencia; no tienen títulos académicos ni poseen muchas
riquezas, pero tienen algo que vale más que los bienes materiales: la bondad,
la capacidad de acogida, la ternura y la compasión hacia los necesitados.
Hombres y mujeres que pasean por nuestras calles, viajan en metro y bus, pero
que pasan por la vida dando amor y cariño a su alrededor. Personas sencillas
que viven pasando una mano y haciendo el bien. Personas que no conocen el
orgullo ni tienen grandes pretensiones, pero que se les encuentra en el momento
oportuno cuando se necesita una palabra de ánimo, una mirada cordial, una
sonrisa alegre, un favor…
Padres buenos que
se toman tiempo, aunque vengan cansados del trabajo del día, para escuchar las
mil y una preguntas de sus hijos pequeños, que disfrutan de sus juegos y
descubren junto a ellos lo mejor de la vida. Madres incansables que llenan el
hogar de amor y alegría; mujeres que no tienen precio, pues saben dar a sus hijos
lo que más necesitan en cada instante sin escatimar sacrificio. Esposos que van
madurando su amor día a día, aprendiendo a ceder, cuidando generosamente la
felicidad del otro, perdonándose mutuamente en los mil pequeños roces de la
vida.
Estas personas,
desconocidas a los medios de comunicación, son las que hacen más agradable la
vida y más habitable el mundo, y descontaminan el aire impuro de nuestras
ciudades y pueblos un tanto irrespirable por el aislamiento, la delincuencia,
los robos, los asaltos, la violencia, la indiferencia… De ellas ha dicho Jesús
que son “grandes” porque viven al servicio de los demás
y les ayudan a vivir con esperanza y alegría.
En el desierto de
este mundo, donde sólo parece crecer la rivalidad y el enfrentamiento, ellas
son pequeños oasis en los que brota la amistad, la
confianza y la mutua ayuda. No se pierden en discursos y teorías, porque lo
suyo es amar calladamente y prestar ayuda a quien la necesite. Tal vez nunca
reciban un homenaje o incluso una palabra de agradecimiento, pero estos hombres
y mujeres –“una muchedumbre incontable” como dice el
Apocalipsis- son grandes porque son humanos .Y ellos son los mejores seguidores
de Jesús, pues viven haciendo un mundo más digno y abriendo caminos al Reino de
Dios.