REFLEXION
Ante la tentación de querer exhibir la solidaridad como un
trofeo, Jesús invita a no dejarnos arrastrar por lo que pueda ser el motivo de
alabanza por parte de los demás. Por eso, nos insta a obrar desde la
discreción. Su frase: “Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo
que hace tu derecha”, resume una forma de actuar que encaja con toda la
doctrina de amor al prójimo y de nuestro actuar ante Dios.
Hemos de dar limosna de tal modo, que ni nosotros mismo
tengamos la sensación de estar haciendo una cosa buena, por la que merezcamos
una recompensa o elogio por parte de los hombres. La limosna se ha de entender,
más bien, como una responsabilidad y cuando la ejercitamos estamos expresando
la fuerza de la fe en nuestra vida.
Todo lo que llevemos a cabo debe ser realizado teniendo
siempre la presencia de Dios ante nosotros. Solo su mirada debe ser la que nos
preocupe. Vivir con esta perspectiva es sentirnos imbuidos de su realidad. Es
un principio sano porque nos aleja de un obrar vacío, donde la motivación
espuria no interfiere en nuestra conducta.
Hay actitudes en nuestro comportamiento que no se ajustan
al modo de obrar de Jesús, por eso Él incide, con frecuencia, en ellas
invitando a desterrarlas de nuestra vida. Es la línea profética con la que
conecta Jesús y donde se destaca la interioridad, el corazón, frente a las
apariencias y el postureo. En lo bueno y en lo malo Dios ve nuestro interior,
las razones que nos mueven a obrar.
El dar limosna es una forma de participar en la creación de
un mundo más justo, donde nadie es extraño. Es vivir sintiéndonos formando
parte de la gran familia de los hijos de Dios.
El carácter individualista, en el que nos desenvolvemos,
niega la fraternidad y reduce nuestra vida a un pequeño círculo. El evangelio
nos llama a ser abiertos y generosos. Sabiendo que “nuestro Padre que ve en lo
secreto nos recompensará”.
Ya en sí mismo es un motivo de alegría poder ayudar
compartiendo; máxime cuando lo hacemos de corazón, que es lo que a Dios le
agrada. Esa recompensa es la única que merece la pena. Lo demás no es sino la
búsqueda inútil de recompensas efímeras que nos alejan y nos convierten en farsantes.
Podemos preguntarnos: ¿Soy responsable del uso que hago de
los bienes que poseo? ¿Contribuyo, en lo que puedo, a erradicar la pobreza que
observo a mi alrededor?
Fray Salustiano Mateos Gómara
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)