REFLEXION
Está claro que la tentación de un profetismo que nace de sí
mismo, acecha el caminar del creyente. Jesús alerta de esa pura apariencia y
llama la atención sobre lo que hace veraces a los verdaderos profetas: son
conocidos por sus frutos.
Ciertamente todo bautizado participa de la condición
profética de Jesucristo. Esta participación se realiza por la comunión con su
vida, actitudes, proyecto de vida. Es participación en la misma misión de
Jesús. No valen las apariencias. No sirve tomar prestado lo que se intenta
comunicar, al final se queda en evidencia: “se acercan con piel de oveja, pero
por dentro son lobos rapaces.”
Estamos dentro del sermón de la montaña y Jesús está
explicando a los discípulos y a la gente un atractivo proyecto de vida. Va
clarificando aquellos preceptos que limitados a la letra han perdido el espíritu
del mandato. Una oración vacía porque se ha reducido a meras formalidades, a
ritos vacíos por exuberantes que puedan ser. Falta la vida. Es el árbol dañado
que no puede dar frutos sanos o está seco y ni fruto puede dar. Jesús hace una
llamada de atención. No para que miremos al otro y juzguemos al otro, sino para
que entremos dentro de nosotros mismos y veamos los fundamentos de nuestra fe y
existencia cristiana. Eso es de lo que se trata. Si los frutos que producimos
son inservibles, algo hay que renovar interiormente. Algo anda mal. Jesús lo
repite dos veces.
No valen las apariencias piadosas para tener delante de sí
a un verdadero creyente. Tampoco podemos creer que los somos si no estamos en
revisión permanente a la luz de la Palabra que se nos ha comunicado.
¿Cómo es mi diálogo con Dios?
¿Trato con él mis asuntos existenciales?
Fr. Antonio Bueno Espinar O.P.
Convento de Santa Cruz la Real (Granada)