REFLEXION
Conocía bien Jesús a su pueblo. Sabía el afán desmedido por
las riquezas y la psicología avara del pueblo judío. Sabía de sus refranes y
dichos y de esa actitud tan orgullosa de que, considerándose ricos y sanos, era
porque habían sido justos y Dios los premiaba.
Jesús insiste en que es en el corazón donde debe acumularse
la riqueza interior. Los demás lugares están llenos de polilla que corroe,
donde todo se echa a perder o los ladrones acuden porque saben que allí hay
acumulado. ¡Ah el “acumulado” de las cuentas personales, comunitarias o
empresariales!
Donde está la riqueza dice que está el corazón, no
dice está tu perdición; pero sabe que es así.
Bonito final del texto para invitar a tener la mirada
limpia, diáfana, transparente, por donde entra la luz y, claro, por donde
también sale de dentro. Bien sabía que la cara es el espejo del alma y que el
alma se escapa por la mirada.
Lo sabemos bien, hay rostros que callando lo dicen todo,
mirando se les ve el fondo del alma. Los retorcidos lo acompañan con una torva
mirada, con una sonrisa cínica. Los buenos miran de frente, sonríen con
franqueza, todo en ellos es luminoso, verdadero y eso los hace libres. ¿Libres?
¿para qué? Dirán algunos.
Cada uno sabemos ver, mirar, leer en el fondo del alma y,
cada uno, sabemos bien cómo y cúando queremos ser rostros y miradas de luz para
los demás. De no querer serlo, mejor cerrar los ojos y no ser descubiertos,
pero, ¿para vivir así…? Qué pena.
“Y si la luz que hay en ti resulta ser oscuridad, ¡qué negra
no será la propia oscuridad!” termina diciendo Jesús. Qué buen observador. Qué
sabio. Así terminó Él: ahogado por la oscuridad de los cínicos, oportunistas y
aduladores ante el César y sus representantes.