REFLEXION
Quien era leproso, era ritualmente impuro. Quien tocase a
un leproso, quedaba estigmatizado: era igualmente impuro. Jesús, eso le trae
sin cuidado; no se anda con rodeos ni titubea cuando aquel leproso se puso
delante, en pie, con firmeza, sin arrastrase ni dar lástima.
Decidido dijo: Si quieres puedes limpiarme... No
suplica quejumbrosamente. Si quieres… ¿Y si no hubiera querido? Pues nada, a
otra cosa. Sigamos ambos nuestro camino. Lo que convenció, ¿enterneció? a Jesús
fue ver a aquel hombre con una petición clara, con un hablar resolutivo y
firme, con una tal determinación, que era imposible negarse. Nada de rodeos ni
súplicas melifluas. Ello no está reñido con la magnanimidad, con la ternura,
con la disciplina.
Quiero. ¡Queda limpio! ¿Cabe mayor osadía en
aquel contexto?
Eso sí, Jesús puso condiciones: No vayas pregonándolo, no
se lo digas a nadie. Vete al templo y haz lo que está prescrito por la ley…
Después, imagino que le diría, vuelve a casa, con tu familia, (si tienes) y sé
fiel al Señor. No le dijo: Ven y sígueme, o me debes una. No.
La firmeza de ambos siempre me gustó. Es un diálogo entre
dos hombres que saben lo que se traen entre manos; saben lo que se juegan: uno,
la limpieza corporal de aquella enfermedad; otro, la fama y prestigio al ser
considerado impuro, fuera de la ley. Qué más les da. Se trata de sanar, de
hacer el bien, de poner de manifiesto la bondad de Dios; el resto… pamplinas
leguleyas.
Dice el escritor español José Luis Sampedro, ya fallecido:
“Porque es tocando fondo, aunque sea en la amargura y la degradación, donde uno
llega a saber quién es, y dónde entonces empieza a pisar firme”.
En cristiano, hay que pisar firme, sin pisar a nadie.
Fr. José Antonio Solórzano Pérez O.P.
Casa San Alberto Magno (Madrid)