De
Santa Teresa de Jesús, o Teresa de Ávila para los ateos, se suele tener la
imagen de una mujer anegada por el éxtasis místico, contemplando completamente
inmóvil la grandeza de Dios. Esta imagen, por cierto, fue la que ella misma
quiso proyectar. La descripción de sus visiones que la llevaban a flotar en el
aire en plena oración son la parte más citada de sus numerosos escritos. Como
también suelen citarse los versos donde “vive sin vivir en sí” porque no quiere
vivir esta vida sino la otra. Pero el que haya leído sus libros autobiográficos
“Vida de Santa Teresa de Jesús” o el “Libros de las fundaciones” y el de las
constituciones, se formará una imagen completamente diferente de la mística
traspasada por el rayo de Cristo que esculpió Bernini en la iglesia de Santa
María de la Victoria de Roma. Llena de humor, de energía, de fuerza, la que
quiso para las monjas Carmelitas Descalzas una existencia de encierro y
silencio, pasó la vida entera viajando, complotando, luchando. Convenciendo a
curas e inquisidores que no dejaron de ver a esa mujer que evitaba como la
peste los honores y privilegios de este mundo, para construir en sus conventos
un mundo sin poder ni lujos ni secretos, a una enemiga terrible.
Teresa de Cepeda y Ahumada se describe a sí misma como una niña
ilusa, alegre, que ocupaba lo mejor de su tiempo leyendo novelas de
caballerías. De niña quería ser misionera e ir a predicar a “tierra de moro”.
Se escapa con su hermano Rodrigo, es encontrada, aunque juran cumplir de adulto
su proyecto. Su hermano cumplió la promesa viajando a América (la familia
Zepeda chilena dice venir de unos de los hermanos de la santa). Teresa,
afectada de una misteriosa enfermedad, decidió contra la oposición de su padre
hacerse novicia del convento del Carmelo. Para cumplir su propósito tuvo que
huir a escondidas de su casa y entrar clandestinamente al convento. La
clandestinidad, la huida y la persecución serían desde entonces el sino de su
vida.
Sus primeros años de vida conventual fueron una continua tortura
que terminarían con una completa parálisis de su cuerpo, frustrada por no
encontrar en la oración y la mortificación permanente el ansiado encuentro con
Cristo. Recuperada, cuando pudo reanudar la vida es presa luego de una serie de
encuentros con Dios que le inspiran nuevas reglas para su convento. Una vida
más sencilla, menos mundana, pero al mismo tiempo más libre porque se basaba en
la fe y no en las sonrisas a los parientes. Sus intentos de reforma chocan
contras las autoridades religiosas que ven con peligro ese grupo de monjas sin
zapatos viviendo en la completa sencillez de los primeros cristianos. La
lectora empedernida de libros de caballería empieza una larga cabalgata por
todo Castilla (un viaje que prefigura el del Quijote unos años después)
fundando conventos, reformando otros, convenciendo a los monjes Carmelitas
Calzados, entre ellos el no menos famoso San Juan de la Cruz, de plegarse a su
reforma.
En medio de sus viajes, la princesa de Éboli, una misteriosa
aristócrata que usaba parche de pirata, quiso hacerse Carmelita Descalza. Al
resistir a su presión Teresa recibió la primera investigación de la
inquisición. San Juan de la Cruz era al mismo tiempo arrestado y torturado por
los Carmelitas más tradicionalista. Teresa tuvo que usar su infinita energía, que
contrastaba con sus diversas enfermedades, y sus también infinitos dotes
diplomáticos para no ver naufragar su obra. Denunciada, encerrada, no tardaría
en escapar de sus captores y seguir contra sus órdenes fundando conventos y
escribiendo libros donde cuenta con una mezcla de pudor y orgullo las infinitas
aventuras, muchas de ella picarescas, que la creación de su orden la llevaba.
En medio de sus continuos viajes murió en brazos de su
secretaria Ana de San Bartolomé. Ni muerta su cuerpo descansó. Al beatificarla
se ordenó trasladar su cuerpo de Alba de Torme donde murió. Para compensar la
pérdida del cuerpo entero se dejó en Alba su brazo. El duque de Alba no le
resulto satisfactorio el pacto e hizo que el cuerpo volviera a su tumba
original. Tuvo el Papa que intervenir para que el cuerpo fuese sepultado en
Roma. Ahí se convirtió en la primera mujer Doctora de la Iglesia, su prosa
llena de sorpresa, ingenuidad y sabiduría es considerada un hito fundamental en
la literatura femenina.