En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo,
Santiago y Juan, y le dijeron:
«Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a
pedir».
Es palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio nos ofrece una escena llena de
paradojas, en las que se ponen de manifiesto los intereses de sus discípulos y
la verdadera meta de Jesús en su caminar hacia Jerusalén. Ha precedido a todo
esto el tercer anuncio de la pasión (Mc 10,33). La intervención de los hijos
del Zebedeo no estaría en sintonía con ese anuncio de la pasión. Es, pues, muy
intencionado el redactor de Marcos al mostrar que el diálogo con los hijos del
Zebedeo necesitaba poner un tercer anuncio. El texto tiene dos partes: la
petición de los hijos del Zebedeo (vv.35-40) y la enseñanza a los Doce (vv. 42-45).
Es un conjunto que ha podido componerse en torno al seguimiento y al poder. De
la misma manera que antes se había reflexionado sobre el seguimiento y las
riquezas (10,17ss), en el marco del “camino hacia Jerusalén”.
Pensaban los
discípulos que iban a conseguir la grandeza y el poder, como le piden los hijos
del Zebedeo: estar a su derecha y a su izquierda, ser ministros o algo así.
Incluso están dispuestos, decían, a dar la vida por ello; la copa y el martirio
es uno de los símbolos de aceptar la suerte y el sufrimiento y lo que haga
falta. Es verdad que en el AT la “copa” también puede ser una participación en
la alegría (cf Jr 25,15; 49,12; Sal 75,9; Is 51,17). Podemos imaginar que los
hijos del Zebedeo estaban pensando en una copa o bautismo de gloria, más que de
sufrimiento. Sin embargo la gloria de Jesús era la cruz, y es allí donde no
estarán los discípulos en Jerusalén. Lo dejarán abandonado, y será crucificado
en medio de dos bandidos (fueron éstos lo que tendrían el privilegio de estar a
la derecha y la izquierda), como ignominia que confunde su causa con los
intereses de este mundo. Esta es una lección inolvidable que pone de manifiesto
que seguir a Jesús es una tarea incomensurable.
Es verdad que los discípulos podrán rehacer
su vida, cambiar de mentalidad para anunciar el evangelio, pero hasta ese
momento, Jesús camina hacia Jerusalén con las ideas lúcidas del profeta que
sabe que su causa pude ser confundida por los que le rodean y por los que se
han convertido en contrarios a su mensaje del Reino. Los grandes tienen una
patología clara: dominan, esclavizan, no dejan que madure nadie en la esencia
ética y humana. Por el contrario, el Dios del Reino, trata a cada uno con amor
y según lo que necesita. Ahí está la clave de lo que quiere llevar adelante
Jesús como causa, aunque sea pasando por la cruz. Un Dios que sirve a los
hombres no es apreciado ni tenido como tal por lo poderosos, pero para el
mensaje del evangelio, ese Dios que sirve como si fuera el último de todos,
merece ser tenido por el Dios de verdad. Es eso lo que encarna Jesús, el
profeta de Nazaret.
Llama la atención el v. 45, “el dicho” sobre
el rescate (lytron) por todos. Este dicho puede estar inspirado en Is 53,12. No
se trata propiamente de sacrificio ni de expiación, porque Dios no necesita que
alguien pague por los otros. No es propiamente hablando una idea de
sustitución, aunque algunos insisten demasiado en ello. Es, en definitiva, una
idea de solidaridad con la humanidad que no sabe encontrar a Dios. Y para ello
Él debe pasar por la muerte. No porque Dios lo quiera, sino porque los
poderosos de este mundo no le han permitido hacer las cosas según la voluntad
de Dios. Pensar que Jesús venía a sufrir o quería sufrir sería una concepción
del cristianismo fuera del ámbito y las claves de la misericordia divina. El
Hijo del Hombre debe creer en el ser humano y vivir en solidaridad con él. El
Cur Deus homo? (por qué Dios se hizo hombre) de Anselmo de Canterbury, debería
haberse inspirado mejor en esta idea de la solidaridad divina con la humanidad
que en la visión “jurídica” de una deuda y un pago, que sería imposible. Dios
no cobra rescates con la vida de su Hijo, sino que lo ofrece como don gratuito
de su amor.
Fray Miguel de Burgos Núñez