REFLEXION
En este texto del Evangelio Jesús parece interesado
en que podamos quedar bien ante los demás, que sean los otros los que nos
valoren haciéndonos subir de puesto, del lugar donde nos colocamos nosotros.
Y dice: “Todo el que se enaltece será humillado”. Y
sucede que se nos escapa por tantas rendijas de la vida ese “afán” por creernos
mejores que los demás. Nos llevará toda la vida “trabajar” por no engreírnos,
por situarnos en nuestra verdad. Mientras procuremos hacerla nuestra, se irá consolidando
en nuestra vida, pero no podemos creer que “poseemos la humildad”, pues cuando
menos te das cuenta, si te distraes, ya nos estamos “enalteciendo” no sólo con
palabras, sino también con pensamientos, gestos, y actitudes.
Aquí los fariseos que “espían” a Jesús se están
enalteciendo porque van con prejuicios y desconfianza, calculando lo que hace,
controlando sus pasos. Con esta actitud se están “enalteciendo”, sus miradas
están cegadas y no ven en Jesús al “manso y humilde de corazón”.
Por eso la humildad es esa virtud que siempre hemos
de buscar, es una “perla preciosa” que nos abre las puertas, derriba los muros,
allana el camino, crea puentes, acoge a todos. Jesús es el manso y humilde de
corazón.
En el Magníficat María dijo: “El Poderoso… ha
mirado la humildad de su servidora”. La humildad atrae la mirada divina ¿Qué
tiene la humildad que es tan poderosa para atraer la mirada de Dios? Nos hace
buenos, nos hace parecernos a Jesús.
Este pasaje del Evangelio nos invita a
preguntarnos:
¿Cuándo me estoy enalteciendo a mí mismo?
Sor Mª Carmen Viveros O.P.
Monasterio Inmaculada de Atacama – Chile