Es palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio de esta fiesta es ya proverbial;
se trata de las bienaventuranzas de Mateo, cuyo texto, además, tiene la
solemnidad de una proclamación, sobre un monte (de ahí el Sermón de la Montaña
en que está contextualizado), y para toda la multitud, como sería la multitud
incontable del texto de Apocalipsis ( primera lectura). Es la carta magna del
discipulado, de la vida cristiana, del seguimiento de Jesús, de la salvación
futura. Las bienaventuranzas son creativas, no cuantitativas. Son los puntos
más determinantes con los cuales Jesús ha pretendido una nueva humanidad, un
nuevo pueblo. No se trata de proponer algo exótico, mágico o taumatúrgico, sino
algo bien humano. No obstante, es verdad que se plantea un auténtico esfuerzo
por conquistar la gloria, la libertad y la paz. Se propone la pobreza que
libera el corazón de muchas ataduras, la misericordia que introduce en las
relaciones humanas la benevolencia y el perdón, la limpieza de corazón para
juzgar y ser juzgados, la lucha por la justicia, porque Dios es justo. Se
proclaman bienaventurados por haber elegido lo que el mundo no elige,
simplemente porque odia; por haberse decidido por el sentido mejor de la vida.
Se trata de una posibilidad de santidad que se debe vivir ya desde ahora, aquí
en nuestra historia; no queda para después de que todo haya acabado.
Se ha insistido mucho en los aspectos
literarios y exegéticos de las bienaventuranzas de Mateo (5,1-12) y de Lucas
(6,20-22) sobre el tenor original, es decir, aquellas que están más cerca de
las palabras de Jesús. Sin duda, todo tiene su sentido, pero quedan muchas
preguntas sobre la mesa, porque se permiten diferentes interpretaciones. El
texto original que se tomó del texto de Q (sea simplemente Documento o
Evangelio como algunos defienden hoy) podría estar bien representado en Lucas,
pero no es algo absoluto. Sabemos que las bienaventuranzas tienen un ámbito muy
coherente en la literatura sapiencial, la que enseña a vivir, a comportarse, a
elegir lo que da o no da sentido a la vida. La propuesta de Jesús, por lo
tanto, no está lejos de este contexto sapiencial: con las bienaventuranzas
Jesús quiere proclamar el Reino de Dios y quiere enseñar a vivir en ese Reino
al que dedica su vida. Son expresiones que nos muestran a un Jesús “profeta
escatológico” (no necesariamente apocalíptico), que quería anunciar lo que
debería cambiar esta historia.
Algunos especialistas han hecho una traducción
sobre las bienaventuranzas en las que siempre es determinante el verbo
“elegir”. Considero que puede ser discutible, pero es esclarecedor. Eso
significa que proclamar bienaventurado (makários) a alguien no es porque sí,
por su cara bonita, porque es un desgraciado o porque es o ha nacido en esta o
aquella situación. En las bienaventuranzas, por su tono sapiencial, son muy
importante las opciones: elegir ser pobre y no rico en este mundo; elegir la
justicia y no otra cosa; elegir la paz. Aquí están representados los valores
del reino, los valores de la vida ante Dios. Esto, independientemente de las
bienaventuranzas auténticas de Jesús o las añadidas por la tradición
catequética de la comunidad de Mateo. Es verdad que el término “elegir” no está
en el texto, pero lo implica necesariamente. ¿Por qué? Porque no se trata de
una proclamación sin contar con la voluntad soberana del hombre que vive y hace
la historia.
Un factor muy importante de lectura e
interpretación sería hacer el intento de traducir a un lenguaje de hoy el texto
de las bienaventuranzas; teniendo en cuenta ese sentido sapiencial del que
hemos hablado y esa “opción” o “elección” que hemos planteado como necesaria.
Debemos conservar las palabras del evangelio, de Mateo o de Lucas, si es
posible en su tenor y en su sentido original. Pero hoy debemos enriquecer
nuestra comprensión de las mismas con el “espíritu” que emana de ellas. Es como
cuando hemos vivido y atravesado un puente romano durante todo la vida, pero
ahora, sin destruir ese puente, porque la ciudad ha crecido, hacemos uno nuevo,
con tecnología punta. Subsisten los dos, pero quizás por el romano no pueden
pasar todos los vehículos pesados de hoy. Los limpios de corazón, por ejemplo,
son dichosos porque están abiertos a los demás y los valoran como hijos de
Dios. Es decir, seamos creativos y proféticos al interpretar las
bienaventuranzas del Reino.
Fray Miguel de Burgos Núñez