Es palabra del
Señor
REFLEXION
Cuando me diagnosticaron cáncer de colon surgía en
mi interior un sentimiento dual; por un lado, la confusión del momento, por
otro lado, la calma con la que viví todo el proceso de la enfermedad. La
confusión fue mayor, cuando me anunciaron que me debía volver a operar por
metástasis en el hígado, dos y tres ocasiones. Por un momento llegué a ponerle
nombre a mi enfermedad. La llamé Viridiana, haciendo memoria de la película de
Luis Buñuel. La enfermedad oncológica se había presentado en mi vida para
debilitarme, y yo iniciaba un proceso contrario para fortalecerme.
Vinieron a mí, como las palabras más apropiadas a
mi situación, las que recoge Mateo: 11,28-30:
“En aquel tiempo, Jesús tomó la palabra y
dijo: «Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera»”.
En mis momentos de soledad contemplaba sereno un
Cristo yacente de Gregorio Fernández que está en la iglesia de San Pablo de
Valladolid. Aceptaba la enfermedad y la lucha, pero había algo que protestaba
en mi interior: “¡No podía morir antes que mi madre!”. Me rebelaba
profundamente, pero al igual que Jesús en el monte de los olivos deseaba que
pasara de mí este cáliz de amargura; y a pesar de todo, me lancé a la confianza
en Dios, y expresé sus mismas palabras “que se cumpla tu voluntad”.
En el momento presente doy gracias a Dios por la
oportunidad de vivir alejado de Viridiana, y recuerdo las escenas de sanación
cuando Jesús curaba a los enfermos. No deja de ser una experiencia de fe, el
hecho de sentirme salvado por el momento.
El Yacente tiene su pecho herido, con cicatriz
abierta, lo que antes era un ostensorio que contenía la Sagrada Forma, me
permite pensar en la idea de que la muerte contiene la vida, una idea expresada
en el Evangelio de Juan “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le
amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23-29).
De alguna manera, la calma con la que viví todo mi
proceso oncológico, me hizo comprender que Dios habitaba en mí como en aquel
cuerpo abandonado. No había soledad, su misión seguía siendo la misma: “Al
abatido una palabra de aliento” (Is., 50, 4-7). Sin darme cuenta, identifiqué
las dos operaciones que me realizaron con este Cristo. El abatido era mi
persona, mi cuerpo, mi juventud. Recibía la vida nuevamente, cuando miraba la
cicatriz de la lanza que sustituyó al tabernáculo de este Cristo Yacente.
Ahora comprendo con mayor profundidad la expresión
que Jesús decía a sus discípulos: “quien quiera salvar su vida la perderá, pero
el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt. 16, 24-28)
Toda esta identificación nos da razones para la
esperanza, para situarnos en el amor que Dios nos ha tenido, y encontrar en el
Hijo de Dios, ese amor con el que nos expresó la cercanía de Dios.
Fray Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)