Al comienzo de la Cuaresma podemos tener la
tentación de preguntarnos: ¿Qué me puede aportar otra Cuaresma más? Es verdad
que muchos hemos visto pasar varias Cuaresmas, y quizás tengamos la impresión
de que a pesar de habernos tomado en serio este tiempo litúrgico, con
frecuencia seguimos en el mismo punto.
Sin embargo, la Iglesia nos vuelve a lanzar su
invitación cada año, como el entrenador que invita a sus atletas al
entrenamiento. El atleta serio sabe que debe esforzarse mucho en el ejercicio,
sabe que su rendimiento no va a cambiar de la noche a la mañana; y, sin
embargo, no deja de entrenarse porque quiere mejorar gradualmente, quiere
llegar a ser mejor, y mantiene la esperanza de llegar a la meta unas fracciones
de segundo antes que el segundo. Para nosotros, cristianos, el objetivo de
nuestro entrenamiento cuaresmal es llegar a ser mejores discípulos, acercarnos
más al Señor, fortalecer nuestra amistad con él, vivir más intensamente nuestra
condición de hijos de Dios. Y los grandes ejercicios recomendados para nuestro
entrenamiento son la limosna o la caridad, la oración y el ayuno.
Durante este tiempo, dejémonos interpelar por el
Señor y tomemos el camino de la Cuaresma con generosidad y confianza. Corramos
el riesgo de que el Señor haga de nosotros mejores discípulos, mejores hijos de
Dios.
Para no desviarnos de la ruta cuaresmal, tomemos
como punto de partida las Palabras con las que Jesús venció al tentador en el
desierto: Acojámonos a la Palabra de Dios, que no solo es el alimento de
nuestro espíritu, sino también una espada y nuestro escudo; prefiramos a Dios
antes que a los ídolos que nos esclavizan; confiemos inquebrantablemente en sus
promesas, aunque de momento no veamos ni de lejos su realización definitiva.