En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».
REFLEXION
En el evangelio de Juan, Jesús aparece defendiendo con energía su misión frente a sus acusadores. Esgrime a su favor cuatro argumentos de peso: el testimonio de Dios, su Padre, el testimonio del Bautista, el prestigioso precursor del Mesías, el testimonio de las mismas obras que realiza en apoyo de su mensaje, y el testimonio de Moisés, que ya había hablado proféticamente de él.
El Padre y Jesús son uno (Jn 10, 30). El testimonio del Padre se revela en Jesús: lo que él dice y hace es un reflejo de la voluntad del Padre que le envió, es la palabra misma del Padre que se hace visible en las palabras del Hijo que habla en Su nombre. La autoridad profética de Juan el Bautista también testifica ante todo el pueblo en favor de Jesús, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). El testimonio de sus obras es la transparencia en ellas del mismo designio del Padre (Jn 10, 25). Finalmente, las Escrituras, y Moisés en ellas, también dan un testimonio concorde de quién es Jesús y de dónde le viene su misión (Jn 1, 45).
Sólo los que se encierran en sus propias ideas humanas y no se abren al mundo de la fe son los que rechazan cualquier otro testimonio que pueda suponer una presencia de Dios en medio de su vida. Si se excluye a Dios de nuestro horizonte es evidente que no se pueden percibir sus huellas en nuestra historia de cada día: ni Jesús ni su mensaje tienen nada que ver con él.
¿Quién creemos que está detrás de las palabras de Jesús? ¿De qué autoridad nos fiamos para saber cómo hemos de vivir?
Fray Emilio García Álvarez O.P.
Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla)