En aquel tiempo, subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a
los Doce, les dijo por el camino:
«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo
del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo
condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él,
lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los hijos de
Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».
Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en
tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz
que yo he de beber?».
Contestaron:
«Podemos».
Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi
derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para
quienes lo tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron
contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los
tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que
quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser
primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser
servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Lo hemos ido tantas veces, que ya no nos sorprende. De no
conocer el relato de este evangelio, de la muerte y resurrección de Jesús,
nuestra sorpresa sería monumental. ¿Por qué condenan a muerte a Jesús? Sus
palabras, su vida ¿incitan al odio, a la subversión, a la injusticia, al
enfrentamiento de unos contra otros, a la guerra? Cómo es posible que el
mismísimo Hijo de Dios, el que nos ha demostrado un amor claro y rotundo, el
que, despojándose de su condición divina, se ha llegado hasta nosotros buscando
siempre servirnos y no ser servido, ofreciéndonos la mejor noticia para los
hombres, la noticia de cómo vivir nuestra vida para disfrutar de la chispa de
felicidad que nos es dado en esta tierra y la felicidad total después de
nuestra muerte… cómo es posible que los hombres, las autoridades de entonces,
lograran matarle colgándole de una cruz como un malhechor? Es verdad que en
nuestro tiempo recibimos casi todos los días noticias raras, como que un
muchacho de quince año mata a sus padres y a un hermano de diez años, y no nos
cabe en la cabeza y nos estremecemos de arriba a abajo… pero ¿cómo reaccionamos
ante la noticia más sorprendente y estremecedora que se ha producido en la
humanidad, la noticia de la muerte de Dios, del Hijo de Dios, el que vino a
mostradnos su gran amor y su mensaje luminoso, por parte de los hombres?
Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)