El capítulo 18 del evangelio de Mateo contiene el cuarto discurso de Jesús dirigido a sus discípulos y centrado en la vida comunitaria. Según los temas que van apareciendo y el acento que pone el narrador en ellos, toda la unidad podría subdividirse en dos grandes partes: una centrada en los pequeños (Mt18,1-14); y la otra en el tema del perdón (Mt 18, 16-35). En ambas partes se concluye con una parábola. El evangelio de hoy nos re-sitúa a cada uno de nosotros en un tema fundamental para avanzar en nuestra vida personal y comunitaria: nuestra capacidad para perdonar, no cómo un mandato, sino como una opción del corazón que en muchas ocasiones requiere una larga trayectoria. Pedro va a introducir el tema del perdón de manera diferente a lo planteado por Jesús en el v. 15 sobre un hermano que peca. Ahora se trata de alguien que peca “contra mi” y “me ofende”. Tal vez, Pedro ha comenzado a captar quién es Jesús y su actuación misericordiosa con los pecadores y por ello intuye que hay que perdonar más de dos o tres veces. «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?». Jesús afina su respuesta retomando el canto de Lamek (Gn 4,24): “Caín será vengado siete veces, más Lamek lo será setenta y siete” y aplicándolo al perdón. El Maestro responde a Pedro con un “perdón perfecto”: pues el siete es el número de la perfección. Para corroborar sus palabras Jesús propone la parábola de los dos deudores. El relato que narra Jesús tiene tres escenas y explica como el perdón que recibimos de Dios hemos de darlo a los hermanos. Esta parábola eclesial quiere recordarnos que la Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de perdonados. En la primera escena, un gran rey perdona a su deudor una pena enorme, mayor de lo que pueda imaginarse y lo hace por pura gratuidad, sin esperar devolución alguna de la misma. Lo que le ha movido al perdón es la compasión. En la segunda escena, el siervo perdonado es incapaz de perdonar a su compañero una deuda mínima, sino más bien lo contrario, lo trata con violencia y lo envía a la cárcel. La misma frase que el utilizo frente al Rey:“ Ten paciencia conmigo que ya te pagaré” y que a este le movió a la compasión, al siervo perdonado no le produce ningún efecto, salvo la condena. En la última escena, el rey enterado de lo ocurrido manda llamar al siervo sin misericordia para recriminarle su conducta y hacer que pague la deuda. Si uno ha recibido un perdón tan grande ¿cómo es posible que no quiera perdonar lo pequeño? Esto nos muestra que el proyecto de perdón requiere un largo camino que hay que recorrer con humildad, y solo es posible cuando brota de un corazón movido a la compasión. ¿Estoy dispuesto/a a perdonar setenta veces siete? Hna. Carmen Román Martínez O.P.Congregación de Santo Domingo |