Es palabra del Señor
REFLEXION
¿A dónde nos
lleva el evangelio de hoy? Si seguimos el texto en sus inicios: subió al monte
a orar. Esto es muy propio de Lucas y siempre en momentos importantes de la
vida de Jesús. No hay nombre para el monte en ninguno de los evangelistas (cf
Mt 17,1-9; Mc 9,2-10). El evangelista Lucas, a su manera, quiere asomarnos, por
un pequeño instante, con los discípulos, a esa vida que no está limitada por
nada ni por nadie. Quien escucha, hoy, en este domingo de Cuaresma, este pasaje
del evangelio quedará sorprendido, porque no le será fácil entender todo lo que
en él acontece. Pero debemos pensar que Lucas, recogiendo la tradición de
Marcos, que es el primer evangelista que la asumió de otros, sabe que en su
comunidad habrá dificultades para entenderla. De todas formas ha limado un poco
su lenguaje y su intención catequética. La Transfiguración es una escena llena
de contenidos simbólicos. Es como un respiro que Dios le concede a Jesús en su
camino hacia Jerusalén, hacia la pasión y la muerte, con objeto de que alcance
a experimentar un previamente la meta. Solo desde la oración, entiende Lucas,
es posible vislumbrar lo que sucede en el alma de Jesús. Ese coloquio que Jesús
mantiene con los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, representan
la Ley y los Profetas y con ellos se entabla un diálogo en profundidad sobre su
“partida” (éxodo), sobre su futuro, en definitiva, sobre su muerte.
La
Transfiguración, pues, quiere ser una preparación para la hora tan decisiva que
le espera a Jesús. Los discípulos más conocidos acompañan a Jesús en este
momento, como sucederá también en el relato de Getsemaní, en el momento de la
pasión, pero tanto aquí como allí, el verdadero protagonista es Jesús, porque
es él quien afronta las consecuencias de su vida y del evangelio que ha
predicado. No obstante, aquí los discípulos se ven envueltos en una experiencia
profunda, trascendente, que les hace evadirse de toda realidad. Dos personajes,
Moisés y Elías, que subieron cada uno en su momento al Sinaí para encontrarse
con Dios, ahora se hacen testigos de esta experiencia. La presencia de estos
personajes “adorna” la escena, pero no la llenan. En realidad la escena se
llena de contenido con la voz divina que proclama algo extraordinario. Quien
está allí es alguien más importante de Moisés y Elías, la Ley y los Profetas
¡que ya es decir! En realidad la escena se configura sencillamente con un
“hombre” que ora intensamente a Dios para que no le falten las fuerzas en su
“éxodo”, en su ida a Jerusalén. Todo en un monte que no tiene nombre y que no
hay que buscarlo, aunque la tradición posterior haya designado el Tabor.
Todo ha
sucedido, según san Lucas, “mientras oraba”. Esto es especialmente
significativo. Estas cosas intensas, espirituales, transformadoras, no pueden
ocurrir más que en la otra dimensión humana. Es la dimensión en la que se
revela que, sin embargo, el Hijo de Dios está allí. Los discípulos han vivido
algo intenso, algo que no se esperaban (aunque de ellos no se dice que oren y
esa es una diferencia digna de tener en cuenta); pero Jesús, que ha vivido esta
experiencia más intensamente que ellos, sin embargo, sabe que debe bajar del
monte misterioso de la Transfiguración para seguir su camino, para acercarse a
los necesitados, para dar de beber a los sedientos y de comer a los hambrientos
la palabra de vida. Su “éxodo” no puede ser como le hubiera gustado a Pedro, a
sus discípulos, que pretenden quedarse allí instalados. Queda mucho por hacer,
y dejar huérfanos a los hombres que no han subido a las alturas espirituales y
misteriosas de la Transfiguración, sería como abandonar su camino de profeta
del Reino de Dios. Probablemente Jesús vivió e hizo vivir a los suyos
experiencias profundas; la de la transfiguración que se describe aquí puede ser
una de ellas, pero siempre estuvo muy cerca de las realidades más cotidianas.
No obstante, ello le valió para ir vislumbrando, como profeta, que tenía que
llegar hasta dar la vida por el Reino.
Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)