José ha
pasado en silencio por las páginas evangélicas. Es sólo —y nada menos— un
creyente que presta atención al Dios que se le muestra en los sueños, que se
admira ante la presencia del misterio en su hijo. José es el hombre de la
escucha y del silencio.
En la
solemnidad de San José, la liturgia de las horas nos ofrece un sermón de San
Bernardino de Siena, en el cual se presenta al carpintero de Nazaret como una
especie de eje entre los dos testamentos: José viene a ser el broche del
Antiguo Testamento, broche' en el que fructifica la promesa hecha a los
patriarcas y los profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para
ellos había sido mera promesa».
José
pertenecía al linaje de David (Mt 1, 20; Lc 1, 27 y 2, 4). Las tradiciones
evangélicas discrepan al darnos el nombre de su padre, bien porque apelen a la
ley del levirato, bien porque una de ellas se refiera al abuelo. Era hijo de
Jacob (Mt 1, 15-16) o de Leví (Lc 3, 24). Para los cristianos no es más que un
anillo en las listas genealógicas.
José es el
hombre de la escucha y del silencio. Es el que, en los sueños, descubre el
proyecto de Dios, como lo había hecho el patriarca José, vendido por sus
hermanos (Gn 37, 6-9).
José es el
creyente que, al cumplir la Ley del Señor, descubre la llegada del tiempo del
Espíritu de Dios. José es el padre que, al buscar a su hijo perdido, descubre
el misterio de la paternidad de Dios.
El hijo del
carpintero
[…] Después
del viaje a Jerusalén en el que Jesús se manifestó a los doctores de su pueblo,
toda la familia volvió a Nazaret. Continúa el silencio. El texto evangélico
resume aquellos años en una escueta observación: «Jesús vivía sujeto a ellos.
Progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres»,
(Lc 2, 52). Si María guardaba todas estas cosas en su corazón, es de suponer
que también José meditara en su interior los acontecimientos, ordinarios y
silenciosos, que se desarrollaban ante sus ojos.
José de
Nazaret es calificado por los Evangelios como un tecton, un artesano de la madera.
Era un carpintero e hizo de Jesús un carpintero, como sabemos por los
comentarios que la gente le dedica cuando, ya adulto, vuelve a la aldea de su
infancia: «,¿No es éste el carpintero, el hijo de María?» (Mc 6, 3).
Otra
tradición evangélica recuerda estos detalles de la familia al presentar la
misión profética de Jesús «Al comenzar su vida pública tenía unos treinta años,
y era según se creía hijo de José» (Lc. 3, 23). A continuación, Lucas incluye
la genealogía ascendente de Jesús.
Sus orígenes
y actividad son también evocados en la presentación que de él hace Felipe a
Natanael: «Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley, y
también los profetas: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1, 45). Esas
palabras nos han parecido siempre una primera confesión de la fe cristiana. La
búsqueda de los hombres, tema característico del Antiguo Testamento, termina en
Jesús. Él es el anunciado por la Ley y los profetas. Pero el esperado no es un
ser evanescente, tiene raíces personales y locales. Ante las desviaciones,
demasiado espiritualistas, de algunos cristianos de los primeros tiempos era
preciso afirmar la realidad encarnada del Verbo de Dios. Y entre otros
procedimientos, el evangelista apela también al de su filiación y al de su lugar
de origen. Creer en el Verbo de Dios exige identificarlo con el hijo de José de
Nazaret.
José era
considerado corno una prueba de la humanidad del que se proclamaba Camino,
Verdad y Vida. Nazaret se convertía así en una especie de «lugar teológico».
Estos orígenes
no fueron olvidados por el Maestro. Jesús volvió un día a su tierra y a su
aldea. Enseñaba el sábado en su sinagoga, de tal manera que sus vecinos decían
maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es
éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Jacob,
José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no están todas entre nosotros? Entonces,
¿de dónde le viene todo esto? Y se escandalizaban a causa de él. Mas Jesús les
dijo: "Un profeta sólo en su tierra y en su casa carece de
prestigio". Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe» (Mt
13, 54-58).
El estilo de
las escandalizadas admiraciones nos hace suponer que seguramente José no vivía
ya por entonces. Pero su paternidad seguía siendo una referencia obligada para
Jesús. Y un escándalo. Ya no por el modo de su nacimiento, sino por la
imposibilidad aparente de que el hijo del artesano pudiera presentarse como un
profeta, como tal profeta. Los hermanos y hermanas de Jesús pueden muy bien ser
parientes cercanos, miembros de la familia amplia con la que Jesús había
trans-currido su niñez.
José ha
pasado en silencio por las páginas evangélicas. Es sólo —y nada menos— un
creyente que presta atención al Dios que se le muestra en los sueños, que se
admira ante la presencia del misterio en su hijo, que pasa a su hijo la
herencia mesiánica de David y la raíz de humanidad que él ha querido abrazar
para siempre, ¿Qué sentido podrían tener sus palabras ante aquel que era la
Palabra hecha carne en su propio hogar?
Jose-Román
Flecha Andrés.