REFLEXION
En el Evangelio de hoy nos encontramos con dos
actitudes frente al ayuno. Por una parte, están los discípulos de Juan
Bautista, que a pesar de que su maestro llamó raza de víboras a los fariseos,
se unen a ellos para preguntar a Jesús, con cierto tono de acusación, por qué
sus discípulos no ayunan. Tanto los discípulos de Juan como los fariseos están
aferrados a las leyes hebreas, a las viejas normativas, para ellos el ayuno es
señal de dolor y penitencia.
Este adherirse a las normas les impide reconocer la
llegada del Mesías, y por tanto, de ver que ya está instaurado el Reino de
Dios. Jesús se lo explica con la imagen de una boda, Él mismo se revela como el
Esposo. Por tanto, no es momento de luto ni llanto, sino tiempo de alegría.
Y por otra parte vemos la actitud de los discípulos
de Jesús que no ayunan, porque ellos ya han descubierto que Jesús es el Mesías,
que ha venido a liberarnos de nuestros pecados y traernos la salvación. Por eso
para ellos no es momento de penitencia corporal como el ayuno, sino más bien
están abiertos a la palabra y a la gracia del Salvador.
Nuestra vida cristiana debe estar teñida de
alegría, como lo estaba la de los discípulos de Jesús, porque estamos con el
Novio, el único que nos saca de nuestras esclavitudes, el que nos trae una Paz
verdadera y nos hace vivir con libertad.
En esta Cuaresma no seamos como los discípulos de
Juan que, anclados en su legalismo, perdieron la oportunidad de estar con el
Novio y experimentar la auténtica alegría.
Que nuestro ayuno sea un medio para poder
desprendernos de las satisfacciones terrenales y nos ayude a tener el corazón
más libre para amar más a Dios y a nuestros hermanos.
None MM. Dominicas
Monasterio de Santa Ana (Murcia)