Es palabra del Señor
REFLEXION
La cuaresma es un tiempo largo de preparación para
el misterio pascual, que es el centro de nuestra fe. Y no es más que el
misterio mismo de la vida, de la muerte, del sentido y la identidad, iluminados
desde lo más hondo que da respuesta a todo: ser hijos de Dios.
Este tiempo nos hace una invitación expresa a
detenernos y contemplar de una forma nueva, con la mirada del Padre, lo que nos
rodea, a los que amamos, el mundo, aquellos con los que vamos haciendo camino y
a nosotros mismos.
El texto del evangelio de Mateo que hoy nos regala
la liturgia, es una perla para vivir este tiempo y la vida entera. Dios no
espera de nosotros un pliego de peticiones ni un relato infinito cargado de yo
y más yo. Dios ya sabe quiénes somos y lo que necesitamos. Jesús nos propone
una oración muy sencilla, que nos centra en tres cosas esenciales si vivimos la
fe como un encuentro con el Dios de la vida:
- Somos hijos amados de Dios, al que llamamos
Padre. Para Dios no soy cualquiera, indiferente, soy su hijo/a. En el
fondo, es descubrirnos amados incondicionalmente y acogidos siempre como
valiosos y con una dignidad indiscutible. Y eso nos hermana, porque todos
somos sus hijos e hijas.
- Que Dios sea así reconocido y su voluntad se
cumpla es nuestro mayor deseo y el fundamento de nuestra esperanza. La
voluntad de Dios es nuestro bien, que vivamos como hijos suyos, y se haga
realidad su reino, el de la paz y la justicia. A esta voluntad nos
adherimos y en esta esperanza vamos comprometiéndonos y dando la vida.
- La voluntad de Dios no es una utopía que nos
paraliza sino motor que nos pone en marcha, al Padre y a nosotros, hijos:
nos da el pan con tantos bienes y tarea de hijos es compartirlo como
hermanos; nos perdona sin condiciones y tarea nuestra es perdonar a los
demás en vez de condenarles; nos libra del mal y nos enseña el camino del
bien y tarea nuestra es nos caer en tantas tentaciones que nos alejan de
ese camino.