La parábola nos presenta a un pecador humilde y a un justo satisfecho de sí mismo. En el plano humano, valoramos lo que vamos consiguiendo por nuestro propio esfuerzo, sea en los estudios, sea en nuestra profesión.
Pero cuando nos ponemos en la presencia de Dios, entonces tenemos que admitir que todo es puro regalo, todo es gracia, todo es don de Dios, incluidas las buenas obras que, por su gracia, logramos hacer. Poder mejorar libremente nuestra propia vida con nuestras buenas obras es el mejor regalo que Dios nos puede hacer.
Nuestra vida entera es don de Dios: la luz que nos envuelve, el aire que respiramos, el universo entero. El perdón que necesitamos y nuestra salvación serán también un regalo de Dios, porque la salvación consistirá en compartir la vida misma de Dios. Creer todo esto nos llena de paz y nos hace más humildes, como al publicano. En una palabra, nos justifica, como dice Jesús, Por todo ello, una vez más damos gracias a Dios en cada Eucaristía.
Fr. Carlos Oloriz Larragueta O.P.Casa Ntra.Sra. de los Ángeles (Vitoria)