12/3/22

13 DE MARZO : SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

 




Es importante meditar, en este segundo domingo de Cuaresma, sobre el evangelio de la transfiguración, que nos narra la subida de Cristo a lo alto de la montaña, donde se reveló la gloria de Dios.

Tan importante como vivir en la llanura del trabajo cotidiano y de la lucha por la justicia y el desarrollo es saber subir a lo alto de la oración y adquirir así visión y sentido de transcendencia. Quien se queda siempre en el valle de lágrimas del mundo y no asciende a la cercanía de Dios pierde la perspectiva del cielo y no ve la gloria blanca de la transfiguración.

Dice el Evangelio de este segundo domingo de Cuaresma que Cristo subió a lo alto de una montaña para orar y que allí el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blancos. El blanco es el color de las manifestaciones divinas, el color de Dios. El blanco demuestra alegría y gloria, es signo de fiesta y de comienzo. Los cristianos deberíamos cambiar un poco el color de nuestra vida, de nuestra fe, esperanza y caridad. Es demasiado indefinido, poco brillante. Nos vestimos de tiniebla, nos cubrimos con apariencias, nos autodefendemos con nuestros tonos oscuros para no tener que mostrar a la luz nuestras manchas. Es urgente recobrar el blanco resplandeciente de la oración y de la cercanía de Dios.

Pero no hay que engañarse, no siempre se vive en éxtasis, en transfiguración y en luz. Hay que superar la tentación de quedarse en lo alto, estáticos, diciendo: «¡Qué hermoso es estar aquí!», y refugiándonos en falsas tiendas de campaña. Hay que bajar al valle de lo concreto y del trabajo en el mundo. El ritmo de subidas y bajadas, de transfiguraciones breves en espera de la definitiva de alegrías y tristezas, de cansancios y descansos es la verdad de la vida.

La verdadera transfiguración es una subida hacia la escucha de la Palabra del Hijo de Dios, palabra que viene de lo alto y no es fruto del pensamiento terreno, palabra que es luz y visión de eternidad.

 

FUENTE :  Andrés Pardo