Es palabra del Señor
REFLEXION
La Palabra de Dios siempre toca nuestra realidad y
hoy el Evangelio, como espada de doble filo, penetra hasta las
profundidades de nuestro interior en nuestras relaciones fraternas.
Nos habla de nuestro trato con aquellos que llamamos “hermanos”, es decir, con
los que habitualmente tenemos más cerca y, por tanto, con los que mas “roces”
tenemos.
Jesús sube el listón y nos invita a dar el primer
paso – el más difícil- para la reconciliación con aquellos que tienen algo
contra nosotros: los que hemos ofendido, a quienes hemos dejado de lado, hemos
ridiculizado o agredido.
Pero no nos quedemos solo a este nivel. Una
auténtica reconciliación con nuestros hermanos está precedida por una
reconciliación a la que restamos importancia.
Tenemos a uno que se ha hecho compañero de camino,
Hermano nuestro, al que como los discípulos de Emaus, muchas veces no
reconocemos; con quien podemos estar enfadados porque no comprendemos el
sufrimiento en nuestra vida, porque no ha hecho las cosas como las esperábamos.
Este compañero, que es Dios mismo, ¿en qué podría
ponernos pleito? Pues en que hemos olvidado del amor primero y teniendo
a Dios mismo para ayudarnos, nos desviamos hacia los ídolos para conseguir una
seguridad inmediata y tangible (cfr. Ap 2, 4.14.20) que nuestras obras no están
movidas por el amor, sino por el interés y no somos ni fríos ni calientes en
nuestras convicciones y vivencias (cfr. Ap 3, 1-2.15-18).
Estas palabras no son de alguien que está contra
nosotros, porque si Dios no perdonó a su propio Hijo sino que lo
entregó por nosotros, ¿cómo no va a darnos generosamente todo con Él? ¿Quién te
acusará a ti, que eres elegido de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién te
condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió; más aún, que resucitó, que está a la
diestra de Dios y que intercede por nosotros? (Rm 8, 32-34).
Ahora que vamos de camino, reconciliémonos con
Dios, por medio de Jesucristo, conozcamos su amor y confiemos en Él.
Apropiémonos por la fe de la justificación que nos regala para que, una vez que
nos presentemos ante el Juez justo y misericordioso, podamos pronunciar esta la
hermosa oración sobre las ofrendas que hoy nos regala la liturgia: Acepta,
Señor, estas ofrendas con las que has querido reconciliarte con los hombres y
por las que nos devuelves, con amor eficaz, la salvación eterna.