Es palabra del Señor
REFLEXION
Las palabras de Jesús son una invitación a incluir
a Dios en la totalidad de nuestra vida. Y en ella cabe la alabanza, la acción
de gracias, y también nuestros dolores y preocupaciones. Tanto en los momentos
de alegría, como en los momentos de dolor Dios ha de ser ese Padre con el que compartimos
todo y en cuyo amor depositamos todo.
Nuestra oración debe ser la expresión de una
relación de un hijo con su Padre. Esto trae como consecuencia primera que el
planteamiento esencial es la seguridad de ser escuchados porque somos amados.
Por eso hemos de orar desde la certeza de que no tenemos que ablandar a Dios
con súplicas lastimeras, ni arrancarle la gracia que solicitamos. Tampoco
reiterar de forma machacona nuestra necesidad: "Ya sabe vuestro Padre
celestial lo que necesitáis". Partimos siempre de que, como Padre, Él nos
comprende y nos escucha: "Gracias Padre porque siempre me escuchas"
(Jn 11,41). El resultado de nuestra oración hemos de dejarlo en sus manos donde
hemos depositado toda nuestra confianza.
Cierto que algunas personas se han alejado de Dios
porque lo que pidieron en medio de una necesidad insuperable, no obtuvieron de
Dios lo que solicitaban. Todo es comprensible desde la fragilidad humana, pero
pedir la ayuda de Dios no equivale a forzarlo a actuar de acuerdo con nuestros deseos.
Esto sitúa en otras coordenadas el concepto de
“eficacia” de nuestra oración que no ha de buscar de forma condicionante el
cumplimiento de nuestra solicitud. Jesús nos dice que hemos de expresar a Dios
nuestras necesidades, pero pidiendo siempre que se cumpla su voluntad.
El ejemplo de una oración auténtica nos lo muestra
Él en Gertsemaní. Pide a Dios que esos momentos dolorosos que le esperan no
tengan lugar, pero concluye con esa expresión máxima de una fe firme: no
se haga mi voluntad sino la tuya.
Este debería ser siempre el colofón de nuestras
oraciones. Tras expresar nuestras peticiones, solo cabe concluir con las
palabras de Jesús desde la seguridad de que Dios sabe mejor que nosotros lo que
nos conviene. Seguramente que nos costará asumirlo cuando no llega lo que hemos
pedido, pero ahí dejamos claro que creemos en la bondad de Dios y en Él
depositamos nuestra confianza. El resultado, sea el que sea, lo aceptamos
porque viene de quien nos ama de verdad. Sabemos que, como Padre bueno, nos
dará lo que nos conviene. Es la razón por la que decimos que la oración, nacida
de una fe sincera, expresa la madurez de nuestra condición de seguidores de
Jesús.
El texto evangélico concluye con esta “regla de oro”: tratad
a los demás como queréis que ellos os traten. Es la mejor fórmula para no
dejarnos intoxicar por la acción de los demás y mantener en nosotros el
principio del amor. Es lo que Dios quiere y es a lo que se reduce la Ley y los
Profetas. Fórmula clara y sencilla. Quizá su cumplimiento requiera de la ayuda
de Dios y, por eso, es bueno pedirle que nos dé un corazón semejante al suyo.