El que
quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mi; el que quiere a
su hijo o a su hija más que a mi no es digno de mi; y el que no carga con su
cruz y me sigue, no es digno de mi. El que encuentre su vida la perderá, y el
que pierda su vida por mi, la encontrará.
El que os
recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha
enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de
profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de
justo.
El que dé a
beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños,
sólo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».
Cuando Jesús
acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y
predicar en sus ciudades.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El texto del
evangelio de hoy nos puede parecer fuerte, incluso un poco duro: ¿Qué es eso
que Jesús ha venido a traer espada? ¿No es Él “el príncipe de la paz”? ¿Cómo va
a venir a enemistar al hombre con su padre, y la hija con su madre, no ha
venido a traer el amor para todos?, ¿o es que la familia está excluida de ese
amor?
Mateo afirma
el amor a la familia (15, 3-6; 19,9), y no deja de lado el “antiguo” precepto
de honrar a los padres, sin embargo, este es relativizado en caso de conflicto
con el seguimiento de Jesús. El evangelista, al situar estas palabras al final
del discurso de la misión está estableciendo el valor absoluto de la relación
de Jesús con sus discípulos. Lo decisivo es la adhesión a su persona, y en caso
de conflicto entre los propios vínculos familiares y el seguimiento de Jesús,
la opción ha de estar clara (10,37). Hay que tener en cuenta que la familia no
implicaba solo el núcleo de relaciones afectivas, sino la identidad social y
económica. El optar por Jesús en detrimento de la familia, constituía renunciar
a un estatus socioeconómico, y con ello, no hacer de este la clave de la
identidad de la persona. La identidad del discípulo de Jesús va a ser
precisamente esa “ser discípulo”.
Junto a
ello, no podemos obviar que el compromiso del anuncio del reinado de Dios por
sendas y caminos, en no pocas ocasiones hace incompatible la vinculación
efectiva y permanente a la familia. Los discípulos al igual que el Maestro han
de aceptar que la itinerancia forme parte de su existencia (Mt 4,22; Mt 8,
21-22).
“Tomar la
cruz” será otra de las condiciones para ser discípulo (cf. 10,38; Mt 16,24).
Este ha de asumir las dos dimensiones que implica: por un lado, el conflicto
con las realidades humanas: familia, poder político o económico; y, por otro,
el riesgo de perder la vida por la causa de Jesús (Mt 10, 17-25). Así la
relación del discípulo con el Maestro le llevará a vivir paradojas: “quien
pierda la vida por Jesús, la encontrará”.
El
seguimiento de Jesús, aunque conlleva haber descubierto el gran tesoro de la
VIDA y disfrutarlo, nos exige desprendernos de muchas realidades para caminar
ligeros de equipaje tras el Único Maestro. ¿Estamos dispuestos a ello?
Hna. Mariela
Martínez Higueras O.P.
Congregación de Santo Domingo