Es palabra del
Señor
REFLEXION
Cuando
escribo este comentario hace apenas unos días que ha fallecido mi madre, por un
cáncer que en pocos meses se diagnosticó y se la llevó. Leo y releo estos
relatos de curaciones y, siendo honesta, os tengo que compartir que muchas
veces, durante estos meses que he tenido la suerte y bendición de poder
acompañarla y cuidarla, he luchado entre esa petición de que la curase y la de
que se cumpliera su voluntad con la fuerza y serenidad suficientes para
vivirla, sobretodo sin sufrimiento ni angustia de mi madre. Os comparto
también que vivió este tiempo con una valentía, amor y fe admirables, y que
murió serena y en paz, envuelta en esa ternura que siempre la caracterizó. ¡Una
bendición de Dios!
Por eso me
uno al dolor del jefe de los judíos por la muerte de su hija, y la angustia y
desamparo de la mujer condenada al aislamiento durante tantos años por ser
considerada impura. ¡Con cuanta fe y esperanza se acercaron a Jesús!
Ellos, sin esperanza alguna, dieron el paso arriesgado y confiado de la
fe. Todo el ser de Jesús se conmovió, hasta la orla de su manto.
“¡Animo, hija...””La niña no está muerta, está dormida…”. Sus palabras son de
vida y de esperanza.
¿Dónde está
la clave, dónde está la confianza suficiente para acercarte a Jesús y depositar
en Él tu esperanza? Pocos días antes de morir, le pregunté a mi madre si sabía
cuánto la queríamos. Y ella asintió, con una sonrisa enorme, y dijo ya con la
voz muy débil: “¡Infinito!”. Entonces comprendí que ese era el gran milagro que
Dios nos hacía en medio de tanto dolor y tanto amor. El jefe judío que
sufría por su hija muerta, la mujer marginada que sufre en soledad, se
encuentran con el amor infinito de Jesús.
El poder de
Jesús puede manifestarse visiblemente con las curaciones, pero esa fuerza de
vida viene del inmenso amor que nos tiene. Y a eso es a lo que nos convoca y
envía como cristianos. La enfermedad, la muerte, serán parte de la realidad de
la vida siempre. Responder con alborotos y parafernalias, o con el ostracismo y
la marginación, es más común de lo que quisiéramos admitir.
El dolor de
quien sufre requiere un absoluto respeto y delicadeza, y requiere propiciarle
lo necesario para curarse y cubrir sus necesidades. Por eso responder desde el
amor, sin cálculos ni medida, en el cuidado y el cariño de cada día, dando lo
mejor de cada uno, procurando aliviar y dar lo que necesita, en la familia, en
la sociedad, en cada pequeña o grande comunidad de vida, es el milagro más
necesario y grande de todos.
Hna. Águeda
Mariño Rico O.P.
Congregación de Santo Domingo