Aquel día,
salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que
tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la
orilla.
Otra parte
cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era
profunda brotó en seguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta
de raíz se secó.
Otra cayó
entre abrojos, que crecieron y la ahogaron.
Otra cayó en
tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra sesenta; otra, treinta.
El que tenga
oídos, que oiga».
Es
palabra del Señor
REFLEXION
Junto al
lago Jesús enseña a la multitud que le cerca. Las parábolas, tomadas de la vida
diaria de aquella gente, eran escuchadas con atención, pero reclaman también el
deseo de aprender lo que en ellas se contiene, más allá del sentido común. El
sembrador todos sabían cómo procedía: arroja la semilla en un campo no
preparado al modo occidental. Hay sendas que la gente ha abierto para atajar
por medio del campo. Hay piedras, abrojos, espinos. Hay una tarea que se
llevará a cabo. La gente está viendo la imagen que se ofrece en la parábola. Lo
importante es recibir la semilla y dejarse roturar, para que al tiempo que se
pasa el arado, esos senderos desaparezcan, las piedras sean retiradas, los matojos
y espinos arrancados, quedando la tierra toda como tierra buena. En el surco la
tierra se abre, acoge la semilla y la cubre, haciendo posible que pueda dar
fruto. Es la tarea del sembrador.
Y que debe
ser así se desprende de las afirmaciones de Jesús dirigidas a todos y a cada
uno, en su circunstancia concreta. Esas circunstancias son las propias de la
vida de cada uno. Sin duda aparecen todas las complicaciones señaladas en la
parábola: el borde del camino; terreno pedregoso; zarzas que crecieron y ahogaron
la semilla; buena tierra que produce buen fruto.
Jesús ha
puesto a la gente a pensar mientras va narrando. Si no se piensa en el modo de
acoger la semilla, se frustrarán sus posibilidades, no por ella, sino por las
circunstancias. Es la aventura de la fe que en medio de ellas se torna
operativa. Habiendo escuchado con atención y empeño la enseñanza hay que
responder. Es lo que se sigue del “el que tenga oídos, que oiga.”
Hay que
dejar a un lado la comodidad que proviene de esperar que todo se nos dé hecho.
Y en el seguimiento de Cristo no tienen cabida la comodidad ni la pasividad.
Tienes oídos, pues que cumplan su función que no es otra que oir/escuchar para
entender y aplicar. Lo tuvo que hacer Israel en el desierto y le llevó cuarenta
años. Lo tenemos que hacer nosotros y nos llevará toda la vida. Así es la
aventura de la fe: el paso de la esclavitud cómoda a la libertad que
compromete. ¿Cuáles son mis circunstancias? ¿Qué hago yo en medio de ellas?
Fr. Antonio Bueno
Espinar O.P.
Convento de Santa Cruz la
Real (Granada)