En aquel
tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa.
Lo mismo que
se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos: el
Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los
escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de
fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos
brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Dios no nos
pide grandes cosas. Es cierto que el seguimiento de Jesús es exigente, no por
el cumplimiento de cien mil preceptos o requisitos, sino porque la amistad con
Él nos exige fidelidad y lealtad. Como cualquier amigo. Y así lo vemos en este
pasaje de Mateo, sobre la cizaña en el campo. Lejos de la multitud y de las
gentes, los discípulos le preguntan: “acláranos la parábola de la cizaña en el
campo”. En el encuentro con Jesús, en la proximidad cara a cara, Jesús les
explica el significado del Reino.
El Padre ha
enviado a su Hijo a sembrar la buena noticia, a enseñar el camino de salvación
y justicia, a ofrecer la mano amiga de apoyo y misericordia para rehacer un
mundo de amor y de hermandad. Pero no todos aceptan el reto de Dios, no todos
están en la dinámica del bien y del servicio. El egoísmo, la avaricia, la
soberbia, la violencia, el individualismo, son la cizaña que ahoga y oculta la
buena semilla. Hemos de convivir con ello, en el conflicto del bien y el mal no
sólo en este mundo, sino también dentro de nosotros. A sabiendas que como
seguidores de Jesús, nuestra opción está en ser ciudadanos del Reino, en
construir el Reino, mano con mano con Jesús y con nuestros hermanos en Jesús.
Tolerantes y comprensivos con los fallos ajenos, que sólo a los ángeles de Dios
le toca juzgar.
Nuestra
tarea es reflejar y hacer brillar la verdad y la justicia de Dios en nuestro
mundo, para que el Dios compasivo y misericordioso haga que triunfe finalmente
la semilla del Reino. Así, en el encuentro íntimo y personal con Dios, cogemos
fuerzas y encontramos el coraje necesario para ser verdaderos ciudadanos del
Reino, constructores de un mundo mejor, de un mundo en paz a través de la
justicia, la reconciliación, el diálogo y la promoción de los más
desfavorecidos. Eso exige nuestra amistad con Dios, incondicional y gratuita.
La justicia definitiva vendrá de la mano del Dios misericordioso, del que
nosotros somos testigos. ¿Aceptamos ser “amigos de Dios”?
D. Oscar Salazar,
O.P.
Fraternidad de Laicos Dominicos de San Martín de Porres (Madrid)