Vosotros ya
estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el
sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la
vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto
abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo
tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al
fuego, y arden.
Si
permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis,
y se realizará.
Con esto
recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos
míos».
Es palabra de
Dios
REFLEXION
El texto es
precioso. Estar inserto en la vida verdadera, formar parte de los planes del
viñador, crecer con la misma savia, dar frutos porque estamos unidos a Él, que
es la verdadera vid. ¡¿Qué más se puede pedir!?
Sí, algo
más: hacer realidad, hacer creíble, ese texto que no se cita mucho y que a mí
me parece fundamental: Vosotros estáis limpios por las palabras que os he
hablado. ¿Por qué no se citará más?¡Qué texto tan sacramental, tan vivificador!
“El sacramento de la palabra, decía Ortega, es un sacramento de difícil
administración”. Cuanto más el sacramento/bálsamo de la Palabra. Las palabras
de Jesús vienen a dar al traste con muchas concepciones, no diré teológicas,
pero sí de algunas prácticas sacramentales que a muchos les resulta opresivas y
no liberadoras.
Estar
limpios por su Palabra, por haberla escuchado, por habernos adherido a su
mensaje, por haber confiado en Él, por haber estado atento cuando nos proclaman
la Palabra y a la que respondemos al unísono, como signo de aceptación total:
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor. ¿Cabe mayor confesión de fe y
confianza en su Palabra, en Él, el viñador, la vid, el viñedo completo, que es
la Palabra viva sanadora, purificadora?
Previamente
le pedimos perdón al Señor, reconociendo nuestras faltas, con el Yo
confieso… o con el Señor, ten piedad… y a continuación, tras las lecturas,
Él nos da la respuesta: Por mi palabra estáis limpios,porque la hemos
escuchado atentamente, no oído como quien oye llover, y, por eso, la aceptamos,
la queremos hacer realidad verdadera, y necesitamos acogerla con limpieza
interior, con franqueza y corazón amplio. Así nos insertamos en la Viña/Vida y
no somos un racimo colgando sin sentido, esperando que alguien nos arranque de
la vid o que nos sequemos porque ya no tenemos savia, convertidos en rugosas
pasas, sin habernos exprimido y dado lo mejor de nosotros mismos.
Solo así el
vino de la Eucaristía, al igual que el pan, transustanciado, transignificado y,
por tanto, transfinalizado, en sangre de Jesús, nos hace partícipes de la vida
divina. Nos lleva más allá de la inmediatez y materialidad de los elementos
utilizados: el pan, el vino. Se ha producido una, bien podemos llamarlo así,
transfusión de vida. Todo va “más allá”.
“In vino
veritas” decían los clásicos. “En el vino está la verdad”. Si se bebe en
exceso, la verdad que se pueda decir con el vino, resulta es un trabalenguas
absurdo, irrisorio. Benjamín Franklin decía: “Toma consejo en el vino, pero
decide después con agua”. Tomemos vida en el vino/sangre de Cristo, pero
decidamos, actuemos, con el agua derramada de su costado, agua que salta hasta
la vida eterna. Para eso, simbólicamente, las mezclamos.
Todos estos
símbolos del evangelio de San Juan están llenos de contenido y hemos de
desentrañarlos. No están dichos porque sí, sino porque quieren transmitirnos la
verdad de fondo: comer su pan/cuerpo, beber su vino/sangre es participar ya de
la Vida nueva del Reino.
Fr. José Antonio
Solórzano Pérez O.P.
Casa San
Alberto Magno (Madrid)