Es que
Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado,
por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no
le era lícito vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la
gente, que lo tenía por profeta.
El día del
cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos, y le gustó
tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera.
El rey lo
sintió; pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran; y
mandó decapitar a Juan en la cárcel.
Trajeron la
cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven, y ella se la llevó a su
madre.
Sus
discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.
Es palabra
del Señor
REFLEXION
En el
Evangelio de hoy presenciamos una escena terrible: un hombre justo, el
mayor de todos los nacidos de mujer, muere en manos de un impío. Parece
una bofetada a la verdad. Nos indigna este aparente triunfo del mal.
Pero, ¿lo es
en verdad? Hoy Herodes tiembla, las noticias de Jesús le traen a su memoria a
Juan, el Bautista el recuerdo de la escena del día de su martirio parece una
cinta que corre sin cesar en su conciencia y no lo deja en paz. Es que, a pesar
de lo ofuscada que estaba su conciencia, sabía que eso no era justo.
Podríamos
preguntarnos… Este pobre hombre ¿merece perdón? ¿No está ya perdido?
Y la
respuesta nos llega al inicio del Evangelio: “oyó el virrey Herodes lo que se
hablaba de Jesús”.
Dios, rico
en misericordia, movido por el gran amor que nos tiene, estando muertos a causa
de nuestros delitos, nos vivificó con Cristo-por gracia estamos salvados,
gratuitamente (cfr. Ef. 2, 4)
Sí, Herodes
se equivocó hasta el abismo y estaba experimentando lo que llamamos “tocar
fondo”; pero esta Buena Noticia es para TODOS, para todos son las palabras de
Jesús: "Convertíos y creed".
Jesús trae
luz a nuestra vida, una luz que no culpabiliza sino que lleva a un verdadero
arrepentimiento y nos da la esperanza de su perdón y restauración. El Espíritu
Santo ilumina nuestro pecado y, en esa situación, nos da la alegría de sabernos
amados y acogidos por Él; no como un cómplice, sino como un buen Amigo, como
Maestro y Salvador.
Sólo este
amor nos da la fuerza para cambiar de vida, para elegir bien. Sólo este amor
obra los prodigios que realizó en san Ignacio del Loyola; amor que trajo tanta
luz a su vida que desborda hasta el día de hoy en la Compañía de Jesús y en
tantos frutos de vida eterna.
Sabemos que
en la Pasión del Señor Herodes vio al Varón de dolores, como cordero llevado al
matadero, herido y cubierto de sangre, coronado de espinas. Pero el desprecio y
la burla del momento no le permitieron descubrir al Señor.
Que esto no
nos ocurra hoy, ni dejemos que le ocurra a nadie. No cubramos sus llagas con
los espléndidos vestidos del poder: en ellas estamos tatuados (cfr. Is. 49,
16); no despreciemos su Sangre con las burlas: ella nos ha lavado. Descubramos
al Dios que está loco de amor por nosotros y volvámonos, como san Ignacio,
“locos por Cristo”.
¿Conoces a
alguien que, como Herodes, esté en tocando fondo? ¿Has orado para que
experimente la fuerza salvadora y sanadora del Señor? ¿Le has anunciado la
Buena Noticia del Amor?
Monasterio Ntra. Sra. de la
Piedad - MM. Dominicas
Palencia