En aquel
tiempo, Jesús propuso otra parábola al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra
en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta
que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros a
anidar en sus ramas».
Les dijo
otra parábola:
«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres
medidas de harina, hasta para que todo fermenta».
Jesús dijo todo
esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les hablaba nada, para que se
cumpliera lo dicho por medio del profeta:
«Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del
mundo».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Escuchamos
en el evangelio de hoy dos pequeñas parábolas que forman parte de un capítulo
del evangelio de Mateo en el que Jesús habla del Reino de Dios.
Estas dos
pequeñas piezas tienen algo evidente en común: ¡qué poca cosa este Reino de Dios!
Una semilla de mostaza, una pizca de levadura… ¿dónde vamos a llegar con eso?
Para quienes
escuchaban a Jesús, igual que para nosotros, la idea de un Reino –y más si se
trata del Reino de Dios- estaba asociada, muy probablemente, a manifestaciones
de grandeza, poder, gloria, esplendor, brillo… signos visibles, palpables,
deslumbrantes por lo evidente de su presencia.
Algo similar
a lo que les acontecía a los israelitas en el desierto, necesitados de ídolos
tras los cuales poder seguir marchando.
Jesús no
puede ser más claro. Y su claridad nos ofrece dos pistas estupendas para poder
discernir si nos hallamos ante los signos del Reino de Dios.
Es algo
pequeño, casi imperceptible. Nada extraordinario, forma parte de la vida
cotidiana y es probable que no le demos ninguna consideración especial: una
semilla de mostaza, levadura. Quizá a lo más que pueden aspirar es a que las
echemos en falta si no las tenemos en el momento adecuado…
Es dinámico.
Se trata de un proceso de crecimiento, que se da en la oculto, en lo escondido,
por dentro, siguiendo vericuetos que escapan de nuestro alcance. Será difícil
seguirle la pista desde el exterior. Pero se produce una transformación de la
realidad: lugar en el que se puede anidar, magnífico pan que nos alimenta.
Aunque estemos
inclinados a identificar el Reino con grandezas, ¿qué mejor noticia podemos
recibir que la de saber que podemos descubrirlo y vivirlo en las pequeñas cosas
de nuestra vida cotidiana?
Hna. Gotzone Mezo
Aranzibia O.P.
Congregación Romana de Santo
Domingo