En aquel
tiempo, al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con
Jesús.
Pero Jesús
se enteró, se marchó de allí y muchos lo siguieron.
Él los curó
a todos, mandándoles que no lo descubrieran.
No porfiará,
no gritará, nadie escuchará su voz por las calles.
La caña
cascada no la quebrará, la mecha vacilante no lo apagará, hasta llevar el
derecho a la victoria; en su nombre esperarán las naciones».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Este pasaje
del evangelio de Mateo se sitúa justo en el centro de su narración. En el modo
de escritura judío, el centro del relato lo ocupa el núcleo más importante de
su mensaje. En los versículos anteriores el autor presenta la curación de un
enfermo en sábado. Para Jesús, la persona está por encima de los legalismos,
incluso del precepto de descanso sabático que se había convertido en una
estructura opresora. Su intención original que preservaba para los trabajadores
un descanso suficiente se había pervertido y adquirido una carga moral sin
contenido. Jesús se siente libre de contravenir el precepto en orden a la
libertad de las personas y a procurarles el bien. Pero esta libertad de Jesús
rompe la casuística farisea que intenta eliminar lo que altera su orden
establecido.
El versículo
14 de este capítulo 12 de Mateo, marca el inicio de las deliberaciones del
desenlace final de Jesús. Jesús muere acusado, perseguido por el orden
religioso establecido de su tiempo, por superar la comprensión de un culto
ritual, vacío, sin misericordia, más pendiente de conservar una
estructura religiosa que de reconocer la imagen de Dios en el rostro del
otro.
El
evangelista responde a las intenciones asesinas de los fariseos colocando a
Jesús en línea con los grandes profetas israelitas y dando vida con sus
acciones a los anuncios mesiánicos que inician un nuevo modo relacional de la
persona en todas las vertientes de su ser, nada queda fuera de esa catarsis
profunda que empapa la vida y la conduce a un dinamismo que desafía la
existencia.
Jesús es el
elegido que personifica el Espíritu de Dios y anuncia justicia. Una justicia
sin violencia, una justicia capaz de sustentar al débil, restañar lo quebrado,
avivar la luz, dar cobijo a la esperanza con la fuerza de la mansedumbre.
Nuestra fe precisa crecerse en la realidad y medirse con ella desde los valores
que la nutren y las acciones que la expresan, también cuidando sus modos, ese
“cómo” que distingue el proceder de Jesús y debiera ser reconocible en el
discípulo por su sensibilidad humana, su mirada aguda para desenmascarar la
injusticia, apreciar los signos del reinado de Dios y brindar su voz para
visibilizar lo orillado.
Monasterio Santísima Trinidad Orihuela