¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi
Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de
alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha
dicho el Señor se cumplirá».
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi: “su nombre es santo, y su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los
soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la
misericordia” - como lo había prometido a “nuestros padres” - en favor de
Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió
a su casa.
Es palabra de Dios
REFLEXION
La visitación da paso a un desahogo espiritual de
María por lo que ha vivido en Nazaret ¡había sido demasiado!. El Magnificat es
un canto sobre Dios y a Dios. No sería adecuado ahora desentrañar la
originalidad literaria del mismo, ni lo que pudiera ser un “problema” de
copistas que ha llevado a algunos intérpretes a opinar que, en realidad, es un
canto de Isabel, tomado del de Ana, la madre de Samuel (1Sam2,1-10) casi por
los mismos beneficios de un hijo que llena la esterilidad materna. En realidad
existen indicios de que podía ser así, pero la mayoría piensa que Lucas se lo
atribuye a María a causa de la bendición como respuesta a las palabras de
Isabel. Así quedará para siempre, sin que ello signifique que es un canto
propio de María en aquel momento y para esa ocasión que hoy se nos relata.
Se dice que el canto puede leerse en cuatro
estrofas con unos temas muy ideales, tanto desde el punto de vista teológico
como espiritual; con gran sabor bíblico, que se actualiza en la nueva
intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien
acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno,
su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquilér”,
sino plenamente entregada a la causa de Dios. Deberíamos tener muy presente, se
mire desde donde se mire, que Lucas ha querido mostrarnos con este canto (no
sabemos si antes lo copistas lo habían transmitido de otra forma o de otra
manera) a una joven que, después de lo que “ha pasado” en la Anunciación, es
una joven “enamorada de Dios”. Esa es su fuerza.
Los temas, pues, podrían exponerse así: (1)
la gozosa exaltación, gratitud y alabanza de María por su bendición personal;
(2) el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le
aceptan; (3) su soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de
los hombres y mujeres; y (4) su especial misericordia para con Israel, que no
ha de entenderse de un Israel nacionalista. La causa del canto de María es que
Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina, de condición social humilde,
para cumplir la esperanza de toda doncella judía, pero representando a todas
las madres del mundo de cualquier raza y religión. Y si en el judaísmo la
maternidad gozosa y esperanzada era expectativa del Mesías, en María su
maternidad es en expectativa de un Liberador.
Este canto liberador (no precisamente
libertario) es para mostrar que, si se cuenta con Dios en la vida, todo es
posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada,
de los que no pertenecen a los poderosos. Es un canto de “mujer” y como tal,
fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un canto para saber
que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso
se nota. No se trata de una plegaria egocéntrica de María, sino una expansión
feminista y de maternidad de la que pueden aprender hombres y mujeres. Es,
desde luego, un canto de libertad e incluso un programa para el mismo Jesús. De
alguna manera, también así lo ha concebido Lucas, fuera o no su autor último.
Fray Miguel de
Burgos Núñez
(1944-2019)