3/8/21

EVANGELIO MIERCOLES 04-08-2021 MATEO 15, 21-28 XVIII SEMANA TIEMPO ORDINARIO



En aquel tiempo, Jesús se retiró al país de Tiro y Sidón.

Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
«Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».

Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
«Atiéndela, que viene detrás gritando»

Él les contestó:
«Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».

Ella se acerco y se postró ante él diciendo:
«Señor, ayúdame».

Él le contestó:
«No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».

Pero ella repuso:
«Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».

Jesús le respondió:
«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».

En aquel momento quedó curada su hija.

                        Es palabra del Señor

 

REFLEXION

Fue una sorpresa para Jesús ver la confianza que en él ponía esa mujer cananea. Cananea, es decir, no judía, pagana, a los que en principio Jesús no pretendía dirigirse en su misión. Y además Jesús se expresa con unos términos que casi nos escandalizan. “No se echa el pan a los perros”. El amor por su hija aviva la inteligencia de la mujer, y sabe responder ante las duras palabras de Jesús: “tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Inteligencia, unida a la fe; fe que aviva la inteligencia. 

La admiración de Jesús por esa fe, le lleva a curar a la hija de la cananea. No lo hace, como querían los discípulos, para que dejara de gritar. Lo hace por la admiración que le produce su profunda fe.

La admiración, decían los clásicos griegos, está en el inicio del pensar filosófico. Nos admiramos por lo inesperado, sobre todo por lo inesperadamente bueno, como era la fe en Jesús de una mujer no judía. Llamada de atención a nosotros, a veces tan habituados al “trato” con Jesús, a la escucha de su palabra, y al saber de su vida, que deja de producirnos admiración: nos hemos hecho a ello como lo más normal. Si uno no se deja sorprender por el evangelio, por la vida de Jesús, su fe ha entrado en declive.

Fray Juan José de León Lastra O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)