Después que la gente se hubo saciado,
enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le
adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente,
subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto, la barca iba ya muy
lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la
cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los
discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo,
pensando que era un fantasma.
En cuanto subieron a la barca amainó
el viento.
Terminada la travesía, llegaron a
tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron,
pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su
manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.
Es
palabra del Señor
REFLEXION
Es una constante en Jesús, reflejo puro de la mirada del Padre. A veces no entendemos lo que Dios hace con nosotros, no terminamos de entender que las manos de Dios no son como las nuestras y tenemos miedo. Ciertamente las olas hoy están encrespadas y la frágil barquilla que es la Iglesia sufre sus embates que amenazan hundirla. Asustados gritamos como hicieron en aquella ocasión “¡Sálvanos, Señor, que perecemos!”. Parece como si Cristo se hubiera ido de nuestro lado y estuviéramos sin defensa a merced del furioso oleaje.
Nos falta fe para recordar que Jesús está con nosotros hasta
la consumación de los siglos, que no está dormido, sino que está vigilante,
respetando la libertad del hombre para acertar o equivocarse. Puede que
queramos a un Jesús en pie, increpando al viento y las olas, y puede, también,
que Jesús esté esperando a que nosotros hagamos nuestro trabajo. Seguimos
pidiendo a Dios que quite el hambre del mundo; decimos muy convencidos de estar
haciéndolo bien: “¡Padre, escúchanos!” Le traspasamos a Dios nuestra
obligación, cuando ya nos ha dicho como quitar el hambre del
mundo: “¡Dadles vosotros de comer!” Pedimos la paz del mundo y
olvidamos hacer nosotros nuestra pequeña paz con el vecino. Olvidamos, porque
no nos interesa recordar, que la paz del mundo no es otra cosa que la suma de
nuestras pequeñas paces individuales.
Queremos creer que el que viene a nosotros andando sobre el
ruido de la tormenta es un fantasma y nos da miedo. Sabemos que el está
cubriéndonos las espaldas hasta el final de los días, pero se nos encoge el
ánimo por nuestra inercia a seguir sin hacer nada o haciendo muy poco. Y cuando
nos invita a caminar por las olas a cada uno de nosotros, saltamos de la barca
alegremente, pero apenas hemos puesto los pies sobre el abismo, dejamos de
estar seguros y comenzamos a hundirnos.
Encendamos la antorcha de la fe y salgamos al mundo firmes
sobre las aguas que amenazan tragarnos, porque la mano de Jesús está entre las
nuestras, solo falta que lo creamos y confiemos en él.
D. Félix
García O.P.
Fraternidad de Laicos Dominicos de Viveiro (Lugo)