REFLEXION
El evangelio, después de cinco domingos en
que hemos estado guiados por Jn 6, retoma la lectura continua del segundo
evangelio. El tema es la oposición entre mandamientos de Dios y tradiciones
humanas. La cuestión es muy importante para definir la verdadera religión, como
se ha puesto de manifiesto en la carta de Santiago. El pasaje se refiere a la
pregunta que los fariseos (cumplidores estrictos de la tradiciones de los
padres) plantean a Jesús, porque algunos seguidores suyos no se lavan las manos
antes de comer. La verdad es que esta es una buena tradición sanitaria, pero
convertida en precepto religioso, como otras, puede llegar a ser alarmante. Es
el conflicto entre lo esencial y lo que no lo es; entre lo que es voluntad de
Dios y lo que es voluntad de los hombres en situaciones religiosas y sociales
distintas.
Este conjunto de Mc 7,1-23 es bastante
complejo y apunta claramente a una redacción y unificación de tradiciones
distintas: unas del tiempo de Jesús y otras posteriores. Son dos cuestiones las
que se plantean: 1) la fidelidad a las tradiciones antiguas; 2) el lavarse las
manos. En realidad es lo primero más importante que lo segundo. El ejemplo que
mejor viene al caso es el de Qorbán (vv.9-13): el voto que se hace a Dios de
una cosa, por medio del culto, lo cual ya es sagrado e intocable, si no
irreemplazable. Si esto se aplica a algo necesario a los hombres, a necesidades
humanas y perentorias, parece un “contra-dios” que nadie pueda dispensar de
ello. Si alguien promete algo a Dios que nos ha de ser necesario para nosotros
y los nuestros en tiempos posteriores no tendría sentido que se mantenga bajo
la tradición del Qorbán. Los mismos rabinos discutían a fondo esta cuestión. La
respuesta de Jesús pone de manifiesto la contradicción entre el Qorbán del
culto y el Decálogo (voluntad de Dios), citando textos de la Ley: Ex
20,12;21,17;Dt5,16;Lv 20,9). Dios, el Dios de Jesús, no es un ser inhumano que
quiera para sí algo necesario a los hombres. Dios no necesita nada de esas
cosas que se ponen bajo imperativos tradicionales. La religión puede ser una
fábrica inhumana de lo que Dios no quiere, pero si lo quieren los que
reemplazan la voluntad de Dios para imponer la suya.
Los mandamientos de Dios hay que amarlos,
porque los verdaderos mandamientos de Dios son los que liberan nuestras
conciencias oprimidas. Pero toda religión que no lleva consigo una dimensión de
felicidad, liberadora, de equilibrio, no podrá prevalecer. Si la religión, de
alguna manera, nos ofrece una imagen de Dios, y si en ella no aparece el Dios
salvador, entonces los hombres no podrán buscar a ese Dios con todo el corazón
y con toda el alma. La especulación de adjudicar cosas que se presentan como de
Dios, cuando responden a intereses humanos de clases, de ghettos, es todo un
reto para discernir la cuestión que se plantea en el evangelio de hoy. Esta es
una constante cuando la religión no es bien comprendida. Jesús lo deja claro:
lo que mancha es lo que sale de un corazón pervertido, egoísta y absurdo. La
verdadera religión nace de un corazón abierto y misericordioso con todos los
hermanos.
Fray Miguel de
Burgos Núñez
(1944-2019)