En aquel
tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí
en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por
tierra desde los poblados.
Mandó a la
gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces,
alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los
dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y
se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil
hombres, sin contar mujeres y niños.
Es palabra del
Señor
REFLEXION
La noticia de la muerte de Juan Bautista provoca en Jesús una retirada junto a sus discípulos. Su intención es estar a solas. Los evangelios no nos hablan de la amistad o no de estos dos hombres. Sí nos narran que se conocieron y se admiraron como personas y cómo realizan su misión. Tuvo que ser un gran golpe para Jesús. Si nos remontamos a que ya desde el vientre de sus madres se “habían reconocido y saludado”. Este momento doloroso seguro sobrecoge a Jesús y de ahí su deseo de soledad.
¿Cuántas
veces no nos ocurre a nosotros lo mismo? ¡Los seres humanos conocemos bien
estos sentimientos!
El texto
señala que al bajar de la barca, Jesús y sus discípulos se encuentran
esperándolos a la orilla del lago una gran multitud de gente que le busca. Esta
actitud de la gente produce en Jesús una profunda conmoción interior que le
lleva a cambiar su propia intención de retiro. Las necesidades, el dolor y el
“hambre” que manifiestan por su mensaje, hacen que se revele la misericordia
que lleva en su corazón. “Sanó a muchos enfermos” (V14).
Siento que
muchas veces cuando nos paramos a escuchar con empatía a los otros, también
ellos sacan lo mejor de nosotros mismos. Quizás sea un buen compromiso al que
podemos dar respuesta hoy día. ¡Hay tantas necesidades a nuestro alrededor!
Solo es cuestión de pararnos a mirar.
Ha pasado el
día y los discípulos se llegan a Jesús para hacerle un planteamiento realista y
razonable “Es tarde, estamos en un descampado, despide a la gente para que
vaya a las aldeas y compren comida” (V15)”La respuesta de Jesús es simple y
desconcertante: “Dadles vosotros de comer” La reacción de los discípulos es de
los más elocuente y natural, están confundidos, pero a lo menos uno se atreve a
decir: “No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces” Jesús sigue
poniéndoles a prueba y les pide: “Traédmelos acá”.
¿Y qué
sucede con los panes y los peces en manos de Jesús? Fijémonos bien, cuando
interviene Jesús comienza a realizarse el maravilloso prodigio, ¿qué fue lo que
pasó? Dos cosas aparentemente bien sencillas, pero profundas y decisivas.
Primera, que alguien ofreció lo que llevaba, que no era casi nada, y
segunda, que lo pusiera en manos de Jesús. Y lo que pasó a continuación, se lo hemos
escuchado a Mt: se saciaron cinco mil hombres y aún sobró.
¿Cómo fue
posible? Si era una insignificancia lo que había. Es verdad que la
desproporción es abismal entre los medios materiales y los efectos que se
logran. Pero en realidad para que el milagro se realice fueron necesarios esos
cinco panes y dos peces. Sin ellos tal vez no hubiera sucedido nada. Jesús
quiere contar con ese poco que tenemos, a nosotros de estar dispuestos a
ponernos y ponerlo en sus manos.