En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a
Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se
transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco
deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de
la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie
más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, les ordenó que no
contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de
entre los muertos.
Esto se les quedo grabado y discutían qué quería
decir aquello de resucitar de entre los muertos.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El
relato de la Transfiguración de Marcos nos asoma a una experiencia
intensa de Jesús con sus discípulos, camino de Jerusalén después de haber
anunciado la pasión, para que esos discípulos puedan introducirse de lleno en
el camino y en la verdadera misión de Jesús. Los discípulos, o bien desean
los primeros puestos del reino, o bien quieren quedarse en el monte de la gloria
de la transfiguración, como Pedro. Jesús va al monte para orar y entrar en el
misterio de lo que Dios le pide; desde esa experiencia de oración intensa
puede iluminar su vida para saber que le espera lo peor, pero que Dios estará
siempre con él. La
decisión de Jesús de bajar del monte de la transfiguración y seguir caminando
hacia Jerusalén, lugar de la Pasión, es la decisión irrevocable de
transformar el mundo, la religión y la vida. Es verdad que eso le llevará a
la muerte. Esa decisión tan audaz, como decisión de una misión que ahora se
confirma en su experiencia con lo divino, con la voz del Padre, no le llevará
directamente al triunfo, sino a la muerte. Pero
el triunfo de la resurrección lo ha podido contemplar, a su manera, en ese
contacto tan intenso con el misterio de Dios. Dios le ha revelado su futuro,
la meta, la victoria de la vida sobre la muerte. Y ahí está su confianza para
seguir su camino y hacer que le acompañen sus discípulos. Estos seguirán sin
entenderlo, sin aceptarlo, preparándose o discutiendo sobre un premio que no
llegará de la forma que lo esperaban. Del cielo se ha oído un mandato:
"escuchadlo", pero no lo escuchan porque su mentalidad es bien
otra. Jesús los ha asomado un poco a la "gloria" de una vida nueva
y distinta, pero no lo han entendido todavía. Dios
sigue invitándonos hoy a la escucha de su Hijo, de Cristo el Señor; en la
escucha podemos encontrar nitidez en el diálogo con Dios. El diálogo no sólo
son preguntas que lanzamos a Dios, también hay respuestas que nos orientan
hacia la fe: ESTE ES MI HIJO, ESCUCHADLO. Jesús
nos invita a su intimidad, a la participación de su vida con Dios. Nos enseña
la gloria, se pone en la línea de Abrahán, padre de nuestra fe, y el Profeta
Elías. No obstante, aunque nos indique el camino de la gloria, nos vuelve a
la realidad humana. La experiencia de Pasión, de cruz y muerte ha de vivirse
con entrega, desde el servicio y la donación total. Es el amor lo que nos
conducirá a un camino de confianza en Dios. No es un amor que nos ciega, es un
amor que nos ayuda a reflexionar por el sentido de la vida. Hemos
de estar atentos a los matices que las lecturas de hoy nos sugieren. Quizás
pensemos que la vida de fe es el camino donde Dios nos lo da todo, sin más
contemplaciones, porque creamos que lo merecemos. Pero, ¿y cuál es mi
sacrificio? ¿Cuál es mi entrega y mi servicio? ¿Qué profundidad tiene nuestro
amor a Dios y los hermanos? En
nuestra oración podemos quedarnos prendados de un cierto bienestar que nos
produce la compañía de Dios, quizás podamos estar tentados en construir como
Pedro tres chozas, para evadirnos de la realidad. La vida hay que vivirla
confiados en Dios, pero los trazos con que es dibujada son distintos, hay que
vivirlos tal cual, llenos de la confianza en Dios. |
Fray Alexis González
de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)