Pero
ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los
demás agarraron a los criados y los maltrataron y los matarlos.
El
rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y
prendieron fuego a la ciudad.
Los
criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y
buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a
saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le
dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”
El
otro no abrió la boca.
Porque
muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».
Es palabra de Dios
REFLEXION
Para
entender mejor las parábolas de Jesús, siempre hemos de tener en cuenta a quién
se las dirige. La del evangelio de hoy va dirigida a “los sumos sacerdotes y a
los senadores del pueblo”, personas que de manera clara le rechazaban. Queda
claro que Jesús invita al banquete de su amistad a todos, al banquete de su
luz, al banquete de sus indicaciones, al banquete de sus promesas, al banquete
de una vida de total felicidad después de nuestra muerte y resurrección.
Pero
Jesús respeta siempre la libertad que Dios nos ha regalado. En su tiempo, un
amplio grupo, empezando por muchos dirigentes religiosos rechazaron su
invitación. Como solemos decir, “en el pecado llevan la penitencia”, la
penitencia de no gozar de todo lo que Jesús nos ofrece en esta vida y en la
vida después de nuestra muerte.
Jesús,
también a todas las personas del siglo XXI, nos invita al banquete de su buena
noticia, al banquete de las relaciones amorosas con nuestro Dios y con nuestros
hermanos, al banquete de su cuerpo y de su sangre, al banquete de su
felicidad... También en nosotros queda la libertad de aceptarle o de
rechazarle. No seamos insensatos y aceptemos de lleno a Jesús, nuestro amor
primero, el tesoro de nuestra vida.
Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)