Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no
creían y quién lo iba a entregar.
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron
atrás y no volvieron a ir con él.
Es palabra de Dios
REFLEXION
El
evangelio del día es la última parte del capítulo sobre el pan de vida y la
eucaristía. Como momento culminante, y ante las afirmaciones tan rotundas de la
teología joánica sobre Jesús y la eucaristía, la polémica está servida ante los
oyentes que no aceptan que Jesús pueda dar la vida eterna. Se habla, incluso,
de discípulos que, escandalizados, abandonan a Jesús. Deberíamos entender, a su
vez, que abandonan la comunidad que defendía esa forma de comunicación tan
íntima de la vida del Señor resucitado. Pero la eucaristía es solamente un
anticipo, no es toda la realidad de lo que nos espera en la comunión con la
vida de Cristo. Por ello se recurre al símil del Hijo del hombre que ha de ser
glorificado, como nosotros hemos de ser resucitados.
Ahora,
el autor o los autores, se permite una contradicción con las afirmaciones
anteriores de la “carne”: “el Espíritu es el que da vida, la carne no sirve
para nada”. Nunca se han podido explicar bien estas palabras en todo el
contexto del discurso de pan de vida, donde la identidad “carne” es el
equivalente a la vida concreta que vivimos en este mundo. Es la historia del
Hijo del hombre, de Jesús, en este mundo. ¿Por qué ahora se descarta en el
texto? Porque en este final del discurso se carga el horizonte de acentos
escatológicos, de aquello que apunta a la vida después de la muerte, a la
resurrección y la vida eterna. Y la vida eterna, la de la resurrección, no es
como vivir en este mundo y en esta historia. Tiene que ser algo nuevo y
“recreado”. Es una afirmación muy en la línea de 1Cor 15,50: “la carne y la
sangre no pueden heredar el Reino de los cielos”.
Este
es uno de los grandes valores de la eucaristía cristiana y en este caso de la
teología joánica. La Eucaristía no se celebra desde la memoria del pasado
solamente: la muerte de Jesús en la cruz. Es también un sacramento escatológico
que adelanta la vida que no espera tras la muerte. Esto es lo admirable de la
eucaristía. Jesús, pues, les pide a sus discípulos, a los que le quedan, si
están dispuestos a llegar hasta el final, a estar con El siempre, más allá de
esta vida. E incluso les da la oportunidad de poderse marchar libremente. Las
palabras de Pedro, que son una confesión de fe en toda regla, descubren la
verdadera respuesta cristiana: ¿A dónde iremos? ¡Tú tienes palabras de vida
eterna! Todo esto acontece en la eucaristía cuando se celebra como mímesis real
y verdadera de lo que Jesús quiere entregar a los suyos, por ello es un pacto
de vida eterna.
Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)