Todo
el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o
tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.
Pero
muchos primeros serán últimos y muchos últimos primeros».
Es palabra de Dios
REFLEXION
Muy en relación con el texto del libro de los Jueces, el evangelio de San Mateo, tras el episodio del Joven Rico, nos plantea cuáles son las principales dificultades para el seguimiento de Jesús y alcanzar la Salvación. El problema de las riquezas va mucho más allá del dinero, de las ambiciones personales, de nuestras comodidades, de las legítimas preocupaciones familiares. Lo que está en juego es la elección entre el “ser” y el “tener”: ¿yo soy cristiano o tengo una religión?, ¿creo en el Evangelio o busco sus “seguridades”?... El Señor nos pide un sincero compromiso que implica no parte de mi vida, sino toda ella, un compromiso que es entrega generosa de Amor. Parafraseando al sacerdote italiano Pronzato en la respuesta al Joven Rico de Cristo: “vete a vender lo que eres e intenta llegar a ser... Si estás dispuesto, ven y sígueme”
La
vocación a las riquezas es incompatible con la del Reino al que Jesús nos
llama. Pero en la llamada está también la promesa, la garantía de la gracia. Él
nos quiere, nos llama por ese nombre escrito en su corazón desde el principio
de nuestra existencia y es fiel a la llamada. Se nos da en cada llamada, pero
siempre desde el respeto a la libertad, como no puede ser de otra manera.
San
Jacinto de Polonia, cuya memoria celebramos hoy, es un ejemplo paradigmático de
esta llamada a vivir en la pobreza radical del Evangelio. Recibido en la Orden
por el propio Santo Domingo, Jacinto renunció a las “riquezas” de una vida
eclesiástica acomodada y vivió con radicalidad y heroísmo el seguimiento a
Cristo. Los atributos con que se nos presenta: la custodia con el Santísimo
Sacramento y la imagen de Nuestra Señora a las que salvó de una iglesia
incendiada, constituye todo un ejemplo de las verdaderas “riquezas” a las que
un cristiano merece aferrarse.
“El
servicio es también obra nuestra, el esfuerzo que hace fructificar nuestros
talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive
para servir. ¿Pero cuál es el estilo de servicio? En el Evangelio, los siervos
buenos son los que arriesgan. No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que
han recibido, sino que lo emplean. Porque el bien, si no se invierte, se
pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos,
sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en
estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue
las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser
dones” (Papa Francisco. IV Jornada Mundial de los pobres).
D. Carlos José Romero Mensaque, O.P.
Fraternidad “Amigos de Dios” de Bormujos
(Sevilla)