En aquel
tiempo, Pilato dijo a Jesús:
«¿Eres tú el rey de los judíos?».
Jesús le contestó:
«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho
otros de mí?».
Pilato replicó:
«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos
sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
Jesús le contestó:
«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera
de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los
judíos. Pero mi reino no es de aquí».
Pilato le dijo:
«Entonces, ¿tú eres rey?».
Jesús le contestó:
«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y
para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es
de la verdad escucha mi voz».
Es
palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio de hoy forma parte del juicio
ante el prefecto romano, Poncio Pilato, que nos ofrece el evangelio de Juan. Es
verdad que desde esa clave histórica, el evangelio de Juan tiene casi los
mismos personajes de la tradición sinóptica, entre otras cosas, porque arraigó
fuerte la pasión de su Señor en el cristianismo primitivo. La resurrección que
celebraban los primeros cristianos no se podía evocar sin contar y narrar por
qué murió, cuándo murió y a manos de quién murió. La condena a muerte de Jesús
fue pronunciada por el único que en Judea podía hacerlo: el prefecto de Roma
como representante de la autoridad imperial. En esto no cabe hoy discusión
alguna. Pero los hechos van mucho más allá de los datos de la tradición y el
evangelio de Juan suele hurgar en cosas que están cargadas para los cristianos
de verdadera trascendencia. El juicio de Jesús ante Pilato es para Juan de un
efecto mayor que el interrogatorio en casa de Anás y Caifás. En ese
interrogatorio a penas se dice nada de la “doctrina” de Jesús. El maestro
remite a sus discípulos, pero sus discípulos, como hace Pedro, lo niegan. Y
entonces el juicio da un vuelco de muchos grados para llevar a Jesús al
“pretorio”, el lugar oficial del juicio, a donde los judíos no quisieron
entrar, cuando ellos los llevaron allí con toda intención.
El juicio ante Pilato, de Juan, es histórico
y no es histórico a la vez. Es histórico en lo esencial, como ya hemos dicho.
Pero la “escuela joánica” quiere hacer un juicio que va más allá de lo
anecdótico. El marco es dramático: los judíos no quieren entrar y sale Pilato,
pregunta, les concede lo que no les podía conceder: “tomadle vosotros y
juzgadle según vuestra ley”. Pero ellos no quieren manchar “su ley” con la
sangre de un profeta maldito. Pilato tampoco, aparentemente, quiere manchar el
“ius romanum” con la insignificancia de un profeta judío galileo que no había
hecho nada contra el Imperio. El drama que está en juego es la verdad y la
mentira. Ese drama en el que se debaten tantas cosas de nuestro mundo. Pero los
autores del evangelio de Juan van consiguiendo lo que quieren con su teología.
Todo apunta a que Jesús, siempre dentro del “pretorio”, es una marioneta. En
realidad la marioneta es la mentira de los judíos y del representante de la ley
romana. Es la mentira, como sucede muchas veces, de las leyes injustas e
inhumanas.
Al final de toda esta escena, el verdadero
juez y señor de la situación es Jesús. Los judíos, aunque no quisieron entrar
en el “pretorio” para no contaminarse se tienen que ir con la culpabilidad de
la mentira de su ley y de su religión sin corazón. Esa es la mentira de una
religión que no lleva al verdadero Dios. Esto ha sido una constante en todo el
evangelio joánico. Pilato entra y sale, no como dueño y señor, lo que debería
ser o lo que fue históricamente (además de haber sido un prefecto venal y
ambicioso). El “pobre” Jesús, el profeta, no tiene otra cosa que su verdad y su
palabra de vida. El drama lo provoca la misma presencia de Jesús que, cuando
cae bajo el imperio de la ley judía, no la pueden aplicar y cuando está bajo el
“ius romanum” no lo puede juzgar porque no hay hechos objetivos, sino verdades
existenciales para vivir y vivir de verdad. Es verdad que al final Pilato
aplicará el “ius”, pero ciegamente, sin convicción, como muchas veces se ha
hecho para condenar a muerte a los hombres. Esa es la mentira del mundo con la
que solemos convivir en muchas circunstancias de la vida.
Jesús aparece como dueño y señor de una
situación que se le escapa al juez romano. Es el juicio entre la luz y las
tinieblas, entre la verdad de Dios y la mentira del mundo, entre la vida y la
muerte. La acusación contra Jesús de que era rey, mesías, la aprovecha Juan
teológicamente para un diálogo sobre el sentido de su reinado. Este no es como
los reinos de este mundo, ni se asienta sobre la injusticia y la mentira, ni
sobre el poder de este mundo. Allí, pues, donde está la verdad, la luz, la
justicia, la paz, allí es donde reina Jesús. No se construye por la fuerza, ni
se fundamenta políticamente. Es un reino que tiene que aparecer en el corazón
de los hombres que es la forma de reconstruir esta historia. Es un reino que
está fundamentado en la verdad, de tal manera que Jesús dedica su reinado a dar
testimonio de esta verdad; la verdad que procede de Dios, del Padre. Sólo
cuando los hombres no quieren escuchar la verdad se explica que Jesús sea
juzgado como lo fue y sea condenado a la cruz. Esa es la verdad que en aquél
momento no quiso escuchar Pilato, pues cuando le pregunta a Jesús qué es la
verdad sale raudo de su presencia para que poder justificar su condena
posterior. Juan nos quiere decir que Jesús es condenado porque los poderosos no
quieren escuchar la verdad de Dios.
Fray Miguel de
Burgos Núñez
(1944-2019)