En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:«En aquellos días, después de la gran angustia, el
sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del
cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las
nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos
de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
Aprended de esta parábola de la higuera: cuando
las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está
cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a
la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y
la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre».
Es
palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio de hoy forma parte del discurso
apocalíptico de Marcos con que se cierra la actividad de Jesús, antes de entrar
en la pasión. Es propio de la liturgia con la que culmina el año litúrgico usar
esos textos apocalípticos que plantean las cuestiones finales, escatológicas,
del mundo y de la historia. Jesús no fue muy dado a hablar de esta forma, pero
en la cultura de la época se planteaban estos asuntos. Por ello le preguntan
sobre el día y la hora en que ha de terminar este mundo. Jesús –según Marcos-,
no lo sabe, no lo dice, simplemente se recurre al lenguaje simbólico de los
apocalípticos para hablar de la vigilancia, de estar alertas, y de mirar “los
signos de los tiempos”. No podemos negar que aquí hay “palabras” de Jesús, pero
hoy se reconoce que la comunidad primitiva, algunos círculos de
profetas-apocalípticos, cultivaron estos dichos de Jesús y los acomodaron a su
modo de vivir en una itinerancia constante y en la adversidad y el rechazo de
su mensaje de Dios.
Tenemos que reconocer que Mc 13, lo que se
llama el apocalipsis sinóptico, se presta a muchas interpretaciones de distinto
perfil histórico, literario y teológico. Se reconoce que no es propiamente de
Jesús, sino de los cristianos que, ante una crisis, de guerra, de persecución,
escribieron este texto. Pusieron palabras de Jesús que se mantenían en la
tradición para tratar de afrontar los problemas que se presentaban para judíos
y cristianos. Es posible que la base del mismo pueda explicarse en la crisis de
Calígula el 40 d. C., en tiempos de Petronio, legado de Siria, para llevar a
cabo la orden de poner una estatua del emperador en el templo para ser adorado
como dios. Esta es una hipótesis entre otras, pero razonable. No obstante no
todo el texto se explica en este momento. Posteriormente y separados ya judíos
y cristianos, se vuelve sobre este texto ante nuevas dificultades. Las
opiniones son muy diversas y, a veces, extravagantes. El cristianismo primitivo
estuvo muy influenciado por la corriente apocalíptica. Esto no se niega. Pero
la solución de la historia y de la vida de los hombres no debería tomarse al
pie de la letra todo esto. Pero una cosa sí es cierta: ante la tiranía todo los
hombres de cualquier clase y religión estamos llamados a resistir en nombre de
Dios.
Los signos de los tiempos siempre han sido
un criterio profético de discernimiento de cómo vivir y de qué esperar. ¿Por
qué? Porque los profetas pensaban que Dios no había abandonado la historia a
una suerte dualista donde la maldad podría imponerse sobre su proyecto de
creación, de salvación o liberación. Pero los signos de los tiempos hay que
saberlos interpretar. Es decir, hay que saber ver la mano de Dios en medio del
mundo, en nuestra vida personal y en la de los demás. La historia se
“transforma” así, no acaba ni tiene por qué acabar de buenas a primeras con una
catástrofe mundial. Y Dios interviene en la historia “por nosotros” y nunca
“contra nosotros”. De la misma manera que el anuncio del “reino de Dios” por
parte de Jesús -su mensaje fundamental-, es una convicción de su providencia y
de su fidelidad a los hombres que hacen la historia.
Cierto tipo de mentalidades siempre han
creído y propagado que el final del mundo vendrá con una gran catástrofe en la
que todo quedará aniquilado. Pero eso no nos obliga necesariamente a creer que
eso será así. Dios tiene sus propios caminos y sus propias maneras de llevar
hacia su consumación esta historia y nuestra vida. El discurso está construido
sobre palabras de Daniel 7,13-14 en lo que se refiere a venida del Hijo del
Hombre. Sin embargo, en los términos más auténticos de Jesús se nos invita a
mirar los signos de los tiempos, como cuando la higuera echa sus brotes porque
el verano se acerca; a descubrir un signo de lo que Dios pide en la historia.
Dios tiene sus propios caminos para poner de manifiesto que en esta historia
nada pasa desapercibido a su acción y de que debemos vivir con la espera y la
esperanza del triunfo del bien sobre el mal; que no podemos divinizar a los tiranos
ni deshumanizar a los hijos de Dios. Los tiranos no pueden ser dioses, porque
todos los hombres son “divinos” como imagen de Dios. Así es como se
transformará esta historia a imagen del “reinado de Dios” que Jesús predicó y a
lo que dedicó su vida.
Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)