Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la
fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta
según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó
en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana,
anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y
conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron
en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles
preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las
respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su
madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y
yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía
estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba
sujeto a ellos.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura
y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Es palabra
del Señor
REFLEXION
Esta escena
del evangelio, “el niño perdido”, ha dado mucho que hablar en la interpretación
exegética. Para los que hacen una lectura piadosa, como se puede hacer hoy,
sería solamente el ejemplo de cómo Jesús es “obediente”. Pero la verdad es que
sería una lectura poco audaz y significativa. El relato tiene mucho que
enseñar, muchas miga, como diría algún castizo. Es la última escena de
evangelio de la Infancia de Lucas y no puede ser simplemente un añadido
“piadoso” como alguno se imagina. Desde el punto de vista narrativo, la escena
de mucho que pensar. Lo primero que debemos decir que es hasta ahora Jesús no
ha podido hablar en estos capítulos (Lc 1-2). Siempre han hablado por él o de
él. Es la primera palabra que Jesús va a pronunciar en el evangelio de Lucas.
El marco de
referencia: la Pascua, en Jerusalén, como la escena anterior del texto lucano,
la purificación (Lc 2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no podemos aceptar
la tesis de algunos autores de prestigio que se han aventurado a considerar la
escena como un añadido posterior. Reducirla simplemente a una escena anecdótica
para mostrar la “obediencia” de Jesús a sus padres, sería desvalorizar su
contenido dinámico. Es verdad que estamos ante una escena familiar, y en ese
sentido viene bien en la liturgia de hoy. El que se apunte a la edad de los
doce años, en realidad según el texto podríamos interpretarlo “después de los
doce”, es decir, los treces años, que es el momento en que los niños reciben su
Bar Mitzvá (que significa=hijo del mandamiento) y se les considera ya capaces
de cumplirlos. A partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y responsable de sus
actos y de cumplir con los preceptos (las mitzvot). No todos consideran que
este simbolismo esté en el trasfondo de la narración, pero sí considero que se
debe tener en cuenta. De ahí que se nos muestre discutiendo con los “los
maestros” en el Templo, al “tercer día”. Sus padres –habla su madre-, estaban
buscándolo angustiados (odynômenoi). En todo caso, las referencias a los
acontecimientos de la resurrección no deben dejar ninguna duda. Este relato, en
principio, debe más a su simbología de la pascua que a la anécdota histórica de
la infancia de Jesús. Por eso mismo, la narración es toda una prefiguración de
la vida de Jesús que termina, tras pasar por la muerte, en la resurrección. Esa
sería una exégesis ajustada del pasaje, sin que por ello se cierren las
posibilidades de otras lecturas originales. Si toda la infancia, mejor, Lc 1-2,
viene a ser una introducción teológica a su evangelio, esta escena es el culmen
de todo ello.
Las palabras
de Jesús a su madre se han convertido en la clave del relato: “¿no sabíais que
debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la traducción “¿no
sabíais que debo estar en la casa de mi padre?”, como han hecho muchos. El
sentido cristológico del relato apoya la primera traducción. Jesús está entre
los doctores porque debe discutir con ellos las cosas que se refieren a los
preceptos que ellos interpretan y que sin duda son los que, al final, le
llevarán a la muerte y de la muerte a la resurrección. Es verdad que con ello
el texto quiere decir que es el Hijo de Dios, de una forma sesgada y
enigmática, pero así es. Como hemos insinuado antes, es la primera vez que
Lucas hace hablar al “niño” y lo hace para revelar qué hace y quién es.
Por eso debemos concluir que ni se ha perdido, ni se ha escapado de casa, sino
que se ha entregado a una causa que ni siquiera “sus padres” pueden comprender
totalmente. Y no se diga que María lo sabía todo (por el relato de la
anunciación), ya que el mismo relato nos dirá al final que María: “guardaba
todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque María en Lc 1-2, no es
solamente María de Nazaret la muchacha de fe incondicional en Dios, sino que
también representa a una comunidad que confía en Dios y debe seguir los pasos
de Jesús.
Y como la
narración de Lc 2,41-52 da mucho de sí, no podemos menos de sacar otras
enseñanzas posibles. Si hoy se ha escogido para la fiesta de la Sagrada
Familia, deberíamos tener muy en cuenta que la alta cristología que aquí se
respira invita, sin embargo, a considerar que el Hijo de Dios se ha revelado y
se ha hecho “persona” humana en el seno de una familia, viviendo las
relaciones afectivas de unos padres, causando angustia, no solamente alegría,
por su manera de ser y de vivir en momentos determinados. Es la humanización de
lo divino lo que se respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo
de Dios no hubiera sido nada para la humanidad si no hubiera nacido y crecido
en familia, por muy Hijo de Dios que sea confesado (cosa que solamente sucede a
partir de la resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi
Padre”, esto no sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa,
respetar y venerar a sus padres y decidir un día romper con ellos para
dedicarse a lo que Dios, el Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el
reinado de Dios. Es esto lo que se preanuncia en esta narración, antes de
comenzar su vida pública, en que fue necesario salir de Nazaret, dejar su casa
y su trabajo… Así es como se ocupaba de las cosas del Padre.
Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)