REFLEXION En
este capítulo del evangelio de Mateo se reúnen algunas instrucciones sobre el
modo de actuar en la comunidad de los que siguen a Jesús. El cuadro que
dibuja Mateo sitúa a Jesús rodeado de los discípulos, que tienen mucho
interés en saber quién es el más grande en el Reino de los Cielos. Jesús,
antes de responder, coge a un niño pequeño y lo coloca en medio de ellos. El
niño, en aquella época y cultura, representaba el último escalafón de la
sociedad. No contaban para nada: ninguna consideración, ningún derecho. La
pregunta por el “más grande” queda al margen, probablemente ante el
desconcierto de los discípulos. Y
en ese contexto Jesús habla de un hombre que teniendo cien ovejas, pierde una
y se va a buscarla dejando a las otras noventa y nueve. Y no ceja en su
empeño hasta que la encuentra. Y se alegra por ella, más que por las noventa
y nueve que no se habían perdido. E
inmediatamente presenta la explicación de esta historia: el Padre no quiere
que se pierda ni uno de estos pequeños. El pequeño era el niño,
personificación de los “últimos”, de los que no cuentan para nada. Y nos está
diciendo claramente que Dios quiere la salvación de todos y cada uno de sus
hijos. De modo que si alguno de nosotros anda perdido, la comunidad debería
hacer cuanto está en su mano para “encontrarlo”, para recibirlo, acogerlo,
integrarlo… Pero
aún hay algo mejor e “impensable” para cada uno de nosotros, algo que se
convierte en cimiento y alegría de nuestra vida: en tantas situaciones o
momentos de la vida en que nos podemos sentir “perdidos”, Dios mismo nos
busca, incansable, y se alegra infinitamente si nos dejamos encontrar… |
Hna. Gotzone
Mezo Aranzibia O.P. |