Es
palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio
de Lucas relata la visita de María a Isabel; una escena maravillosa; la que es
grande quiere compartir con la madre del Bautista el gozo y la alegría de lo
que Dios hace por su pueblo. Vemos a María que no se queda en el fanal de la
“anunciación” de Nazaret y viene a las montañas de Judea. Es como una visita
divina, (como si Dios saliera de su templo humano) ya que podría llevar ya en
su entrañas al que es “grande, Hijo del Altísimo” y también Mesías porque
recibirá el trono de David. ¡Muchos títulos, sin duda! Es verdad que discuten
los especialistas si el relato permite hacer estas afirmaciones. Podría ser que
todavía María no estuviera embarazada y va a la ciudad desconocida de Judea para
experimentar el “signo” que se le ha dado de la anunciación de su pariente en
su ancianidad. Por eso es más extraño que María vaya a visitar a Isabel y que
no sea al revés. La escena no puede quedar solamente en una visita histórica a
una ciudad de Judá. Sin embargo, esa visita a su parienta Isabel se convierte
en un elogio a María, “la que ha creído” (he pisteúsasa). Gabriel no había
hecho elogio alguno a las palabras de María en la anunciación: “he aquí la
esclava del Señor…”, sino que se retira sin más en silencio. Entonces esta
escena de la visitación arranca el elogio para la creyente por parte de Isabel
e incluso por parte del niño que ella lleva, Juan el Bautista.
Vemos a
María ensalzada por su fe; porque ha creído el misterio escondido de Dios;
porque está dispuesta a prestar su vida entera para que los hombres no se
pierdan; porque puede traer en su seno a Aquél que salvará a los hombres de sus
pecados. Este acontecimiento histórico y teológico es tan extraordinario para
María como para nosotros. Y tan necesario para unos y para otros como la misma
esperanza que ponemos en nuestras fuerzas. Eso es lo que se nos pide: que esa
esperanza humana la depositemos en Jesús. Pero es verdad que leído en
profundidad este relato tiene como centro a María, aunque sea por lo que Dios
ha hecho en ella. Dios puede hacer muchas cosas, pero los hombres pueden
“pasar” de esas acciones y presencias de Dios. El relato, sin embargo, quiere
mostrarnos el ejemplo de esta muchacha que con todo lo que se le ha pedido pone
su confianza en Dios. Por el término que usa Lucas en boca de Isabel “he
pisteúsasa”, la que ha creído, significa precisamente eso: una confianza
absoluta en Dios. Si no es así, la salvación de Dios puede pasar a nuestro lado
sin darnos cuenta de ello. María y Dios o Dios es María son la esencia de este
relato. No es que carezca de su dimensión cristológica, pero todavía no es el
momento, para Lucas, de conceder el protagonismo necesario a su hijo Jesús.
Asimismo, el salto en el vientre de Juan también es primeramente por la
“confianza” de María en Dios. Eso es lo que la hace, pues, la “hija de Sión”
del profeta Sofonías.
Porque hoy
también hay una "hija de Sión" y una presencia de Dios en nuestro
mundo: Es la comunión de los servidores, de las personas audaces, de los
profetas sin nombre, de los que hacen la paz y de los que sufren por la
justicia. Una hija o comunidad que supera los límites de cualquier Iglesia
determinada y configurada como perfecta. Son como la prolongación de María de
Nazaret ante la necesidad que Dios tiene de los hombres para estar cercano a
cada uno de nosotros. De ahí que en el Cuarto Domingo de Adviento la liturgia
expone el misterio de Dios a nuestra devoción. Y debemos aprender, no a
soportar el misterio, sino a amarlo, porque ese misterio divino es la
encarnación. Ello significa que la vida se realiza en conexiones mayores de las
que el hombre puede disponer y comprender. La vida tiene cosas más profundas
para que el hombre pueda gobernarlas, comprenderlas o producirlas a su antojo.
Y es que todo lo que nosotros creemos que es lo último, en realidad es lo
penúltimo; así nos sucede casi siempre. Y por eso es tan necesaria la fe. De
ahí que, con toda razón, este Domingo propone como clave de vivencias la fe; fe
en la encarnación, en que Dios siempre esta a nuestro lado, en que debe existir
un mundo mejor que este. Y esa fe se nos propone en María de Nazaret, para que
advirtamos que el hombre que quiere ser como un dios, se perderá; pero quien
acepte al Dios verdadero, vivirá con El para siempre.
El Cuarto
Domingo de Adviento es la puerta a la Navidad. Y esa puerta la abre la figura
estelar del Adviento: María. Ella se entrega al misterio de Dios para que ese
misterio sea humano, accesible, sin dejar de ser divino y de ser misterio. Y
por eso María es el símbolo de una alegría recóndita. En la anunciación,
acontecimiento que el evangelio de hoy presupone, encontramos la hora estelar
de la historia de la humanidad. Pero es una hora estelar que acontece en el
misterio silencioso de Nazaret, la ciudad que nunca había aparecido en toda la
historia de Israel. Es en ese momento cuando se conoce por primera vez que
existe esa ciudad, y allí hay una mujer llamada María, donde se llega Dios, de
puntillas, para encarnarse, para hacerse hombre como nosotros, para ser no
solamente el Hijo eterno del Padre, sino hijo de María y hermano de todos
nosotros.
Fray Miguel de
Burgos Núñez
(1944-2019)