Hemos ido recorriendo el camino de la espera mesiánica de la mano de los antiguos profetas como Isaías y Miqueas. Y hemos evocado los caminos preparados por el anuncio vigoroso del Bautista, que preparaba los caminos para que llegara la Esperanza.
El cuarto domingo de Adviento ofrece a nuestra contemplación el tercero de los iconos: el de María de Nazaret, la madre de Jesús. Con toda la razón, la antigua liturgia hispana celebraba con solemnidad su fiesta principal el día 18 de diciembre.
Las antífonas mayores que acompañan desde ese día el canto del Magníficat comienzan con un “Oh” de asombro inexplicable ante el Esperado que se acerca. Y la doncella de la esperanza pasó a ser reconocida por el pueblo como la “Virgen de la O”.
El título popular no responde precisamente a la redondez de su vientre enfrutecido, sino a la admiración cósmica y humana que en sí recoge ante el misterio de la vida que lleva dentro. Como escribía San Agustín: «Dios se hizo vida en su vientre, porque antes se había hecho en su mente”. (José Román Flecha).