A los ocho
días de la Navidad, justo el primer día del año civil, celebramos la solemnidad
de Santa María, Madre de Dios. Es un título de la Virgen María que la Iglesia
le dio prácticamente por deseo y aclamación del propio pueblo cristiano.
Es una
fiesta que se centra en la bendición de Dios para su pueblo, en la maternidad
de María y en la oración por la paz.
Son fechas
para tener más presentes, si cabe, a quienes parecen menos bendecidos: los
pobres en cualquiera de las manifestaciones de una pobreza que permanece y
aumenta entre nosotros. Son quienes mejor nos muestran el rostro de un Dios
que, al hacerse hombre, nació, vivió y murió pobre.
La
maternidad es una forma de ser y de vivir a la que Dios nos convoca a todos.
Acoger, escuchar, consolar, reír con el que ríe, llorar con quien llora, sufrir
con quien sufre, aconsejar, perdonar, callar… todo eso y más es necesario en la
nueva normalidad que buscamos, en la fraternidad social que nos propone el papa
Francisco.
Y sobre todo
necesitamos paz. Son muchas las tribulaciones pasadas y presentes. Necesitamos
un futuro distinto. Podemos forjarlo desde la educación y la formación a las
nuevas generaciones. Desde la creación de empleos y la transformación de las
condiciones de trabajo en otras más estables, con tasas de desempleo más bajas
y con remuneración suficiente y digna. Y desde el diálogo entre las distintas
generaciones orientado a que crezca la solidaridad entre ellas y la confianza
en el futuro. Educación, trabajo y diálogo son tres contextos que el papa
Francisco considera herramientas para construir una paz duradera, en su mensaje
para la Jornada Mundial de Oración por la Paz que también celebramos hoy.
Que
realmente el Señor se fije en nosotros y nos haga constructores de la paz que
procede de Él.
Fray José
Antonio Fernández de Quevedo
Convento de la Virgen del Camino (León)