Es palabra de Dios
REFLEXION
Este
segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que
abrimos el año nuevo, es una profundización en los valores más vivos de lo que
significa la encarnación del Hijo de Dios.
Esta
es una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan
escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que
es el hecho de la encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más
profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se
pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama,
como su le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al
pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como
ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva,
como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio
de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos de
la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse
teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También,
en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear
situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien
esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo
nuevo mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha
encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y
pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de
luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre
nosotros... para ser nuestro confidente de Dios.
El
himno y las sentencias que lo constituyen se relaciona con las especulaciones
sapienciales judías. El filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que
vivió en tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones, pero en vez de
sabiduría habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y
«palabra de Dios» significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema
desarrolló Filón una serie de profundas ideas. En el himno al Logos de Juan han
podido influir otras corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como
fuere, en el texto joánico la idea del Logos tiene una acuñación cristiana
propia, una forma inconfundible ligada a la persona de Jesús. Se interpreta, en
efecto, esta persona, mediante los conceptos ya existentes sobre la Palabra de
Dios, de una manera no por supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.
El
Logos, en griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás
parece demasiado especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo,
descubrimos toda una reflexión navideña del cuarto evangelio. El Verbo ilumina
con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del
mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya
es la iniciativa, suyo el proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la
luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos nosotros. La
especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica,
humana. Pone su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios
mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT, en la tienda del tabernáculo
en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era
la que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios,
y esa imagen se pierde si la luz no nos llega. Y esa luz es la Palabra,
Jesucristo.
Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)