San Francisco
Fernández Capillas nace el 15 de agosto de 1607 en Baquerín de Campos,
(Palencia-España). El menor de cinco hermanos estudió, desde niño,en Palencia
donde conoció a los dominicos y descubrió un primer germen de vocación. Fue en
el convento de San Pablo de Valladolid donde ingresa en la Orden y profesa al
tiempo que hace los estudios institucionales.
Por estos años, el
ardor misionero se proyecta hacia el Nuevo Mundo y hacia los países del Extremo
Oriente. Todavía siendo diácono, en 1631, con otros treinta jóvenes dominicos,
embarca rumbo a México, primera etapa del viaje. Casi un año tardarán en llegar
a Manila con la recia experiencia de una travesía llena de padecimientos. En la
capital filipina, Fray Francisco recibe la ordenación sacerdotal a los 25 años
de edad. En Manila ejerce su vocación sacerdotal y misionera durante nueve
largos años, en ansiosa espera de ser enviado a China. Otra escala en Formosa
hasta que los cristianos chinos les faciliten la entrada en Fujián el año 1642.
La persecución más o menos declarada a los cristianos es el ambiente en el que
desarrolla su acción evangelizadora. Fiebres cuartanas y privaciones de todo
orden debilitan extraordinariamente su salud. Pero nada le detiene en su
misión. La integridad de su vida, la bondad de su corazón y la entrega a su
vocación hacen que los cristianos hablen de él como del “santo Capillas”.
Arrestado cuando regresaba a su refugio después de atender a los enfermos, es
juzgado y condenado por defender su fe y su amor a Jesucristo. Dos meses de
tormentos en la cárcel desembocan en su degollación el 5 de enero de 1648.
Beatificado por san Pío Xel año 1909 y canonizado por Juan Pablo II el 2000,
juntamente con 120 mártires de China. La reliquia de su cabeza se conserva en
el convento de los dominicos de San Pablo de Valladolid.
Perfil espiritual.
Una carta sencilla de
San Francisco Fernández Capillas a uno de sus hermanos revela, mejor que
cualquier descripción, su fisonomía espiritual. Aparece su fe como elemento
envolvente de toda su vida. De ella deriva la visión providencialista: “...es
Dios nuestro Señor el que aquí me ha traído...” Esta convicción se ha
ido consolidando con oración y reflexión,contemplándose a sí mismo ante el Dios
que le ha elegido para colaborar en la extensión del reino. Todo ello le otorga
una fortaleza inamovible para estar allí donde el Señor le ha enviado; de tal
manera que “no bastan trazas humanas para sacarme de aquí hasta que se
llegue la hora en que tiene determinado nuestro Señor Jesucristo sacarme.”
La firmeza de su fe
se trasfunde a su entereza humana, a su manera de afrontar templadamente las
hostilidades y provocaciones: “...viéndome todos padecer con igualdad de
ánimo...”
La Voluntad de Dios
es la norma de su vida. Esta actitud filial imitada de Jesús de Nazaretse
manifiesta auténtica ante la adversidad , la persecución, la cárcel y la misma
muerte. Su condición humana, no obstante, le hace sentirla flaqueza natural
como un riesgo que él quiere superar en la ayuda de Dios: “Hace que rueguen por
mí todos para que me dé Dios nuestro Señor valor, si acaso se ofrece el volver
a padecer por él mayores tormentos de los padecidos y glorificarlo por la
muerte, que para todo estoy dispuesto en la voluntad de nuestro Señor.”
El amor al prójimo,
reverso del amora Dios, le salta a cualquier hora y momento: “... yo reparto
con ellos (los encarcelados) de lo que me dan y les sirvo en lo que me mandan y
me tengo por muy dichoso en eso.”
El martirio es don de
Dios que San Francisco Fernández Capillas viene tejiendo día a día desde su
primeriza vocación y que él mismo curte en la persecución, en las privaciones y
en las enfermedades. Su preocupación por la salvación de las almas ha marcado
sus pasos y señalado los caminos que él pisará a fondo por más que sean pedregosos
y escarpados.
Testigo de Jesucristo
y de su evangelio en palabras, acciones y vida entregada.
FUENTE
: DOMINICOS