San Francisco de Sales (Sales, Saboya, 21 de agosto
de 1567 - Lyon, 28 de diciembre de 1622) fue un santo y obispo de Ginebra.
Tiene el título de Doctor de la Iglesia, es titular y patrono de la Familia
Salesiana (fundada por Don Bosco).
El valor permanente y la popularidad de sus
escritos llevó a la Iglesia a concederle el título de Patrono de Escritores y
Periodistas Católicos.
Francisco aceptó en su casa a un joven con
dificultad de audición y creó un lenguaje de símbolos para posibilitar la
comunicación. Esa obra de caridad condujo a la Iglesia a darle otro título, el
de Patrono de los de Difícil Audición.
Los años convulsionados en Francia, después de la
Reforma Protestante, formaron el fondo de la vida de Francisco de Sales.
Nació en el Castillo de Sales, de familia noble;
desde pequeño fue un gran seguidor de san Francisco de Asís; sus padres fueron
Francisco de Sales de Boisy y Francisca de Sionnaz. A los 13 años viajó a
París para estudiar con los jesuitas. Después estudió Derecho y Teología,
primero en la Universidad de París y después en la de Padua. Su formación fue
muy esmerada; en París hizo los estudios superiores, dedicándose también a la
teología; y en la Universidad de Padua, los estudios de derecho, como deseaba
su padre, que concluyó de forma brillante con el doctorado en derecho canónico
y derecho civil.
En su armoniosa juventud, reflexionando sobre el
pensamiento de san Agustín y de santo Tomás de Aquino, tuvo una profunda crisis
que lo indujo a interrogarse sobre su salvación eterna y sobre la
predestinación de Dios con respecto a sí mismo, sufriendo como verdadero drama
espiritual las principales cuestiones teológicas de su tiempo. Oraba
intensamente, pero la duda lo atormentó de tal manera que durante varias
semanas casi no logró comer ni dormir bien. En el culmen de la prueba, fue a la
iglesia de los dominicos en París y, abriendo su corazón, rezó de esta manera:
«Cualquier cosa que suceda, Señor, tú que tienes todo en tu mano, y cuyos
caminos son justicia y verdad; cualquier cosa que tu hayas decidido para mí...;
tú que eres siempre juez justo y Padre misericordioso, yo te amaré, Señor
(...), te amaré aquí, oh Dios mío, y esperaré siempre en tu misericordia, y
repetiré siempre tu alabanza... ¡Oh Señor Jesús, tú serás siempre mi esperanza
y mi salvación en la tierra de los vivos!». A sus veinte años Francisco
encontró la paz en la realidad radical y liberadora del amor de Dios: amarlo
sin pedir nada a cambio y confiar en el amor divino; no preguntar más qué hará
Dios conmigo: yo sencillamente lo amo, independientemente de lo que me dé o no
me dé. Así encontró la paz y la cuestión de la predestinación —sobre la que se
discutía en ese tiempo— se resolvió, porque él no buscaba más de lo que podía
recibir de Dios; sencillamente lo amaba, se abandonaba a su bondad. Este fue el
secreto de su vida, que se reflejará en su obra más importante: el Tratado del
amor de Dios.
Venciendo la resistencia de su padre, Francisco
siguió la llamada del Señor y, el 18 de diciembre de 1593, fue ordenado
sacerdote. Sus inicios como sacerdote los ejerció en medio de los pobres.
En 1594, fue hacia la zona del Chablais dominada
por calvinistas. En un comienzo fue echado por los pobladores y tuvo que pasar
temporadas viviendo en la intemperie y de manera rudimentaria, evitando dos
intentos de asesinato e incluso ataques de lobos, pero su celo y trabajo
empezaron a dar fruto. Debido a su carácter amable y paciente y a una
propaganda hecha a mano y distribuida casa por casa, profunda en su contenido,
refutando las ideas calvinistas, logró cautivar a los pobladores y
convertirlos. Su fama creció tanto por su virtud como por su sencillez.
Fue nombrado obispo coadjutor de Ginebra; viajó a Francia y así llegó a hacerse
amigo del secretario de Enrique IV, y del mismo Enrique IV, quien deseaba
que Francisco se quedase allí, pero el santo rechazó la oferta volviendo a
Ginebra ("prefiero a la esposa pobre", dijo).
En 1602 se convirtió en obispo de Ginebra, en un
período en el que la ciudad era el bastión del calvinismo, tanto que la sede
episcopal se encontraba «en exilio» en Annecy. A partir de ese momento,
ejerció el sacerdocio con bastante trabajo y dedicación. Tomó como ejemplos de
vida a san Francisco de Asís y a san Felipe Neri con lo que desarrolla una
personalidad alegre, paciente y optimista. Su estilo de vida y carácter
cobraron mayor fama ya que se reveló como un gran organizador de su diócesis,
llevando una vida austera y con suma preocupación por los pobres y por la
formación de sus feligreses. Por ello empezó a escribir libros de manera
sencilla que gustaron a todos.
Es apóstol, predicador, escritor, hombre de acción
y de oración; comprometido en hacer realidad los ideales del concilio de
Trento; implicado en la controversia y en el diálogo con los protestantes, experimentando
cada vez más la eficacia de la relación personal y de la caridad, más allá del
necesario enfrentamiento teológico; encargado de misiones diplomáticas a nivel
europeo, y de tareas sociales de mediación y reconciliación. Pero san Francisco
de Sales es, sobre todo, un director de almas.
Cada mañana hacía el examen de provisión, que
consiste en ver que trabajos, que personas o actividades iba a realizar en ese
día, y planear como iba a comportarse ante ellos. A mediodía visitaba al
Santísimo Sacramento y hacía el examen particular. Examinando su defecto
dominante y viendo si había actuado con la virtud contraria a Él. Durante
19 años su examen particular será acerca del mal genio, de aquel defecto tan
fuerte que era su inclinación a encolerizarse.
Ninguno de sus días pasaba sin meditación. Aunque
fuese por media hora, se dedicaba a pensar en los favores recibidos por
el Señor, en las grandezas de Dios, en las verdades de la Biblia o en los
ejemplos de los santos.
Cada noche antes de acostarse hacía el Examen del
día. Decía “Recordaré si empecé mi jornada encomendándome a Dios. Si durante
mis ocupaciones me acuerdo muchas veces de Dios para ofrecerle mis acciones,
pensamiento, palabras y sufrimientos. Si todo lo que hoy hice fue por
amor al buen Dios. Si traté bien a las personas. Si no busqué en mis labores y
palabras darle gusto a mi amor propio y a mi orgullo, sino agradar a Dios y
hacer bien a mi prójimo. Si supe hacer algún pequeño sacrificio. Si me esforcé
por estar fervoroso en la oración, y pedirle perdón al Señor por las ofensas de
ese día, haré el propósito de portarme mejor en adelante, y suplicar al cielo
que me conceda fortaleza para ser siempre fiel a Dios; y rezando mis tres
Avemarías me entregaré pacíficamente al sueño.
Para el santo hay dos elementos en la vida
espiritual: Primero una lucha contra nuestra naturaleza inferior; segundo, la
unión de nuestras voluntades con Dios; en otras palabras, penitencia y amor.
San Francisco de Sales mira principalmente hacia el amor. No quiere decir que
descuida la penitencia, la cual es absolutamente necesaria, sino que desea que
ella sea practicada a partir de una motivación amorosa. Requiere la
mortificación de los sentidos, pero se apoya ante todo en la mortificación de
la mente, de la voluntad y del corazón. Él requiere que esta mortificación
interior sea incesante y esté siempre acompañada del amor. El fin a alcanzar es
una vida de fidelidad amorosa, simple, generosa y constante a la voluntad de
Dios, vida que no es otra cosa que nuestra obligación actual. El modelo
propuesto es Cristo, a quien debemos mantener siempre ante nuestros ojos.
“Estudiaréis su talante y realizaréis vuestras acciones como Él lo
hacía”. Los medios prácticos para llegar a esta perfección son: recordar la
presencia de Dios, la oración filial, una recta intención en todas nuestras
acciones, y frecuente acudir a Dios por medio de jaculatorias y aspiraciones
interiores piadosas y confidentes.
Es considerado el Santo de la Amabilidad.
Asimismo, hacía una llamada a los laicos a la consagración de las cosas
temporales y el esmero por la santificación de lo cotidiano, en lo que
insistirá el concilio Vaticano II y la espiritualidad de nuestro tiempo.
Su ideal era una humanidad reconciliada, en la
sintonía entre acción en el mundo y oración, entre condición secular y búsqueda
de la perfección, con la ayuda de la gracia de Dios que impregna lo humano y,
sin destruirlo, lo purifica, elevándolo a las alturas divinas.
Es un testigo ejemplar del humanismo cristiano. Con
su estilo familiar, con parábolas que tienen a menudo el batir de alas de la
poesía, recuerda que el hombre lleva inscrita en lo más profundo de su ser la
nostalgia de Dios y que sólo en él encuentra la verdadera alegría y su
realización más plena.
Su encuentro con Juana de Chantal en 1604,
acogiéndola como hija espiritual, dio como resultado la fundación de la Orden
de la Visitación de Santa María, el 6 de junio de 1610, para mujeres jóvenes y
viudas que querían vivir el llamado de Dios sin la rigurosidad de los conventos
monacales. La oposición del obispo de Lyon a este novedoso tipo de congregación
les obligó a redactar una regla basada en la de san Agustín de Hipona.
Después de una temporada atendiendo a las
comunidades religiosas de su diócesis, fatigado por su gran labor apostólica,
murió a los 55 años.
En 1665 fue canonizado por el papa Alejandro VII,
fijando la Iglesia Católica su fiesta litúrgica el 24 de enero. En 1877 recibió
el título de Doctor de la Iglesia por la eminencia de sus obras y por su vida
ejemplar.
FUENTE : ANA
MARIA DECOMBE