En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.
Es palabra de Dios
REFLEXION
El episodio
del hombre endemoniado que vivía entre sepulcros es un relato que se presta a
muchas lecturas, pero que entiendo muy actual. En la orilla del Mar de Galilea
es donde Jesús llama a sus primeros discípulos. Ahora, sin embargo, es este
hombre o, mejor, esta “legión” de personas quienes buscan el encuentro, le
interpelan y lo reconocen... pero no pueden ni parecen querer seguirlo: el mal,
la muerte, las oscuridades dominan sus vidas, los atenazan. Solo Jesús puede
salvarlos, pero necesita saber “el nombre” para actuar.
Y es que el
mal, el pecado nunca es anónimo, sino muy personal. Afecta a nuestra
conciencia, nuestro ser más profundo. Es desde allí donde podemos reconocerlo,
decir su nombre, sus nombres y pedir al Señor que nos libere. Y no es fácil
porque no pocas veces están tan aferrados a mi voluntad, me resultan tan
cotidianos que no consigo darme cuenta... Esto significa vivir entre sepulcros.
Es necesario dirigir la mirada y el corazón al Señor que viene a mi orilla.
Pero la
consecuencia final de todo ello no es siempre el agradecimiento. Los
porquerizos le piden que se vaya. Estaban “espantados”. A veces preferimos
convivir con el mal que tratar de combatirlo, dejamos que, poco a poco, vaya apoderándose
de nuestro corazón. A veces incluso y, lamentablemente, perdemos o queremos
perder de nuestro horizonte a Dios y “vivir tranquilos”
Por eso
Jesús le pide a los que ha salvado que, en vez de embarcarse con él, sean sus
discípulos entre la gente del lugar. Todo un mensaje a los que formamos la
Iglesia para que seamos conscientes de cuales son nuestros campos de misión y
ser testigos de la Salvación de Cristo aun en paisajes de muerte por acción u
omisión.
Hoy celebra
la Iglesia la memoria de San Juan Bosco, todo un referente de la educación
cristiana de los jóvenes. Él fue capaz de descubrir la llamada de Jesús a
entregar su vida por una juventud incomprendida y falta de valores. No es fácil
creer en los jóvenes entonces y ahora. Hace falta mucho amor, paciencia y
compartir con ellos un horizonte de esperanza que solo Dios puede otorgar.
“No recuerdo
haberme preguntado una sola vez: ¿existe Dios? Pero puede que haya habido
momentos en que me he interrogado: ¿todo esto tiene sentido? ¿Mi vida tiene sentido?
Eso no ha durado nunca mucho tiempo, pero sí, he experimentado este sentimiento
de oscuridad. En la historia del siglo veinte, ha habido un acontecimiento que
nos hunde colectivamente en esta oscuridad: el Holocausto, ese horror
inenarrable de la muerte de millones de judíos, nuestros primos en la fe.
Frente a esto, ¿qué puedo decir? El mal es un misterio, pero yo creo
que el misterio de Dios es más grande”. (Fray Timothy Radcliffe, OP)